
Tenía sólo 8 añitos cuando tuve mi primer amigo gay (en esa época era “puto” o “marica”). Este hecho me salvó del consabido creerme “el único con pensamientos raritos”.
Si bien mi amigo de apodo Lolo era dos años mayor, iba a mi mismo grado y era ya a tan tierna edad un “Sr Mariposón”: se subía el pantalón (corto y gris, obviamente) para que el guardapolvo le quedara como una pollera. Por esto y por varias cositas más, más de una vez repitió de grado y, como la suerte quiso que viviera cerca de mi casa, nos hicimos amigos.
Transcurrieron los años y nuestros juegos eran realmente infantiles, aunque teñidos por un dejo maricueto.
Pero cuando yo tenía 13 o 14 años a mi amigo un día se le ocurre depilarme las cejas, ya que él se lo hacía, con la salvedad de que Lolo casi naturalmente no tenía, pero yo con esta mezcla que tengo entre Pancho Villa y la Raulito, no tenía el mismo estilo, así que procedió a emprolijármelas y resultó ser que me dejó con las cejas más finitas que las de la Garbo.
Cuando llegué a mi casa, la reacción que más me sorprendió fue la de mi hermana -que me lleva cinco años, o sea, tendría 18-, que fue la que más se enojó y me atacó. Mi mamá, creo que por eso de que los padres siempre saben, se limitó a decir “ya van a crecer”, pero mi hermana quería llevarme a un médico y demás yerbas.
Por supuesto se me prohibió volver a ver a mi amigo bajo pena de convento. Fue creo que una de las pocas veces que sentí que lo que hacía o sentía estaba mal.
Ahora, con el pasar de los años, lo rememoré y de eso ni siquiera mi hermana se acuerda. Creo que también su reacción se debió a su edad. Espero que después de transcurrido el tiempo haya aceptado (o tal vez se acostumbró) que tiene un hermano gay.
Si bien este recuerdo de Lolo puede parecer algo frívolo, su compañía me ayudó a no sentirme tan solo. Con el correr de lo años he podido hacer otras amistades fuertes y sinceras.
Este es mi humilde homenaje a mis amigos valientes, docentes en la vida, personas que nunca estuvieron dentro de un clóset, hombres con mucha actitud a pesar de portar una cualidad que yo valoro mucho: la simpleza.
Edgardo
Durante esta semana las personas lesbianas y gays que concurren asiduamente a los grupos de reflexión de la organización Puerta Abierta están festejando reunidas el día del amigo. Simultáneamente, Edgardo, un integrante del grupo de varones adultos que coordina el lic. Alejandro Viedma, quiso compartir con los lectores de Boquitas Pintadas un escrito que redactó para el espacio grupal como recordatorio de su primer amigo gay con quien jugaba en su infancia y pre-adolescencia; también rondan en este texto con condimentos humorísticos, aspectos a menudo presentes en cualquier historia de una persona homosexual: un familiar a la que le cuesta aceptar la homosexualidad del otro, lo censurado y la amenaza de castigo.
Sobre “la amistad en lo gay”, si así puede mencionarse, Viedma nos cuenta: “Muchos gays adultos concurren a grupos de pares, espacios de pertenencia porque de niños, adolescentes o jóvenes no los tuvieron o no formaron parte de ellos, algo “natural” en/para los heterosexuales (“mi grupo del club”, “con los muchachos con los que nos juntamos todos los viernes a jugar a la pelota”, “mis amigos desde el secundario”, se escucha frecuentemente). Estas redes sirven para reforzar el narcisismo de estas personas gay o lesbianas, que antes –básicamente en la adolescencia- se vio amenazado, algo de la propia imagen, porque su homosexualidad fue –y aún sigue siendo por muchos- reprobada socio-culturalmente”. Muchos gays también se acercan a estos grupos “para sentirse comprendidos sin juzgamientos y así poder encontrar afectos, la posibilidad real y concreta de armar lazos con gente con similitudes fuera de compañeros de trabajo, conocidos y familias”.
Fuente: Boquitas Pintadas















