
Les presento este relato que me envió Gustavo; me conmovió por varias razones. Por un lado, nos presenta una historia que nos transporta a cada uno a su primer amor adolescente.
También nos recuerda la clausura de las libertades individuales y sociales durante la dictadura y, por contraste, nos pone en evidencia que hoy estamos en un tiempo nuevo, el del respeto a la diversidad. Aun falta, pero estamos transitando hacia allí…este blog -sus protagonistas, sus historias, sus comentarios- da cuenta de ambas cosas.
Por último, rescato una de las intenciones que lo movilizaron a Gustavo: él tiene la secreta esperanza de que Claudio, la persona que de alguna forma participa de esta historia y con el que perdió contacto hace mucho tiempo, pueda leer sus palabras en este blog.
El post “Facebook ¿la vidriera del desencuentro?” que narraba la historia de Alberto, lo impulsó a escribir a Boquitas pintadas.
“Mi historia con Claudio”, por Gustavo (*)
Tuve un amor cuasi-platónico en la secundaria, ya se verá el porqué lo de “cuasi”. Fue mi primer gran enamoramiento. Me sentí muy identificado con Alberto, tal vez porque además somos contemporáneos. En 1980 y con 16 años no era fácil saberse gay y vivir una historia como esta en un colegio industrial de San Telmo. Ese año se incorporó al 4to año Claudio, mi nuevo amigo, tocayo mío en su primer y segundo nombre (un detalle que para mi enamoradiza adolescencia resultaba hasta mágico). Tanto esa coincidencia como su cabello rubio, sus ojos verdes y un cuerpo tan atlético para esa edad, hicieron que pronto comenzaran a explotarme hormonas por dentro cada vez que lo veía.
Casi inmediatamente hicimos empatía, muy a pesar del entorno manifiestamente homofóbico que me acosaba, como también de su aspecto de chico hétero, de barrio, hincha de un popular club de fútbol, etc. A él no le importó que yo fuera el mariconcito del curso al que cada vez que abría la boca lo abucheaban por amanerado, que casi no tenía amigos, ni siquiera reparó en que yo solicitara cambiar de turno en las prácticas para poder estar todo el día con él y no solamente por la tarde, en las clases teóricas (cómo me animé a pedir ese cambio de turno y con qué argumentos no lo recuerdo, pero qué coraje el mío!).
Empezamos a tener muchos gustos en común y enseguida nos hicimos grandes amigos. Además lo más increíble era que él no se relacionaba con todos aquellos de nuestro curso que me molestaban.
Enseguida comenzamos a compartir cosas típicas de la adolescencia, gustos musicales, salidas al cine, o a bailar a los boliches… Yo en esos boliches tenía que hacer lo que hacía todo el mundo: como si las chicas me gustaran las sacaba a bailar, y resulta que tanto me gustaba bailar que llegaba la hora de los lentos y yo terminaba abrazando chicas y él nada! Y resulta que durante los 3 años que estuvimos juntos en la secundaria, yo no tuve novia, pero él… tampoco!

Hasta recuerdo una conversación que tuvimos sobre los besos, en la que me discutía que los besos con lengua no eran posibles, que le causaban asco… Y lo único sexual que le conocí fue, nada más ni nada menos, que unos “distraídos” pero calientes roces que me obsequiaba en el colectivo de regreso a casa, tema del que por supuesto ninguno de los dos hablaba. Y yo en mi afán por no arruinar una hermosa amistad ni se me ocurría devolver un gesto tan erótico como ese, sólo me quedaba quieto disfrutando, en silencio.
Y así estuvimos los últimos tres años de la secundaria. La época represiva en que vivimos nunca me permitió salir del closet y decirle lo que me pasaba y enfrentarlo con lo que era evidente que a él le pasaba también. Terminamos la secundaria, enseguida vino la democracia y yo por fin pude asumir mi vida sin temores pero rompiendo con todo mi pasado.
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Cinco años después me lo encontré, me contó que estaba de novio con la chica que había conocido en el grupo de su parroquia, que comenzó a frecuentar poco después de egresar de la secundaria (la única hasta ese momento). Yo le conté cuál era mi vida, lo aceptó muy sorprendido (¿?) pero más sorprendido lo dejé al contarle que había estado perdidamente enamorado de él. Nos volvimos a “perder” por unos años y al volver a encontrarnos ya se había casado con su primera novia y tenía hijos.
No tenía ningún conflicto conmigo pero la verdad no sé si sirvió de algo contarle la verdad. Visto a la distancia, para él sé que fue un alivio que yo me reprimiera por conservar la amistad adolescente y no intentara nada más, ya que el momento y el entorno no daban para exteriorizar algo como eso. Y sé que me hubiera ido mal, que hasta él me habría rechazado.
Hoy en día esas cosas no pasan, los chicos tienen la enorme suerte de poder expresar sus inclinaciones como les parece, o permitirse jugar con ellas como les place sin complejos, sin etiquetas, sin pensar en el qué dirán. Pero en 1980 no era así. Por eso me molesta mucho que no se entienda el porqué de nuestra necesidad de visibilidad, de hacer las marchas del orgullo, de que sepan que existimos, que siempre existimos a pesar de que no nos quieran ver. Fueron demasiados años de ocultamiento, de represión (y al lado de otras historias, la mía es nada, hay gente que la pasó muy pero muy mal enserio, perseguidos, encarcelados).
Si estás leyendo esto Claudio quiero que sepas que soy muy feliz, yo también pude casarme con el ser que amo, gracias a la nueva ley; y quiero que sepas también que fuiste mi primer gran amor, no concretado, “cuasi platónico” pero el primero. Eso sí que nunca te lo dije.
(*) Claudio es un nombre de ficción porque el autor de este relato pidió no difundir su identidad ya que no salió del clóset en todos los ámbitos
Fuente: Boquitas Pintadas











hooooo, muy triste la historia.. asi nos suele pasar enamorarnos de alguin equivocado..
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