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14 de julio de 2011

Finales felices

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Conquistar a nuestro mejor amigo, enamorarnos a primera vista, pasar de alguien para que nos haga caso... Hacemos lo posible y lo imposible por vivir ciertas historias clichés que en las películas siempre culminan con finales felices. Lo malo es que esto no es ninguna película, sino el mundo real...

Los pobres tarados de la vida moderna (o sea, tú, yo, tu amigo, el quiosquero, ese señor que te mete mano en el bus, la prima Sebastiana y cualquier hijo de vecino) estamos enganchados a los finales felices. No sólo cuando vemos una peli o leemos un libro (en el caso de que usted sepa lo que es un libro), sino que también trasladamos esta adicción a nuestra vida cotidiana. De hecho, la mayoría de las relaciones que iniciamos tienen un alto componente mitológico. Nuestras pretensiones de estar con alguien se asientan sobre las bases de esas historias superchulis a las que los productos culturales nos han acostumbrado y en la que a más b es igual a c de manera inamovible. Y c, claro está, es el final feliz que todos tenemos en mente y por el cual luchamos y nos implicamos en historias de lo más inverosímiles.

A continuación servidor, que es la mar de instructivo, describirá algunas de esas historias que supuestamente, en nuestra mente, deberían tener un final feliz, razón por la cual caemos en ellas y hacemos lo posible y lo imposible por que surja la letra c, aunque tengamos que dejarnos la dignidad por el camino. Aviso que habrá quienes se reconozcan en los ejemplos (y en cuanto lo hagan les aparecerá una gota de sudor de medio litro colgando de la sien mientras piensan avergonzados “anda, mira, ahí he estado yo”):

1. El polvo del amor. También conocido con el nombre de “follando una noche con un tipo salió bien y resultó ser el amor de mi vida”. Ésta es de las más normalitas. Me consta que un ingente número de personas que presuntamente salen a ligar y a tener un rollo de una noche esperan hallar de golpe y porrazo un novio para toda la vida. La consecuencia directa es que tras el polvo, insistimos en llamar y quedar de nuevo para una cita en la que el sexo no sea el valor en alza, sino que queremos tomar café para conocernos y eso. El mito es una chispa irremediable surgió entre nosotros. Conectamos. Y ahora tenemos quince hijos y vivimos en esta mansión. Lástima que el tipo que te has zumbado conecte demasiado a menudo hasta con las columnas del bar (cachis… y tú que te sentías especial en ese garito y pensabas que había bailado contigo y sólo contigo lo de a ella le gusta la gasoliiiiiiiiiiiinaaaa, dame más gasoliiiiiiiiiiiinaaa porque se estaba enamorando de ti…)

2. El complejo de salvador. Hablamos extensamente de ellos la semana pasada. Se basa en poner el ojo en chulos de discoteca, en cabronas de barra de bar o en seres egoístas y complicados que, por motivos todavía desconocidos pero que la NASA está estudiando, a ti te parecen un reto. La idea de ser un buen samaritano y reconducir a estos individuos posee el cuerpo de los salvadores, que se disfrazan de Madre Teresa de Calcuta con complejo de psicólogo frustrado y que creen que la fuerza de su amor los hará cambiar forever and ever. También se conoce a esto como el complejo de estufa, es decir, derretir la frialdad de ese corazón congelado. El mito es que ellos pueden cambiar por mí al descubrir el amor. Lástima que sólo se cambien de calzoncillos y porque se lo pides un total de tres veces.

3. Los amigos que se enamoran. También conocido como el roce hace el cariño. Se trata de esas relaciones de amistad en las cuales uno de los dos amiguísimos descubre que se ha enamorado, tras muchas conversaciones e intimidades compartidas. Esto tiene un aire naif de quinceañera con coletas que te pone en la tesitura de tener que mirar en el espejo la cara de gilipollas que se te pone cada vez que él te llama o te escupe (cualquiera de las dos es, en definitiva, una muestra de atención que tú interpretas como un acercamiento, un paso más en tu ardua tarea de enamorar al sujeto). El primero de los dos que lo ha descubierto no dejará de ser amiguísimo del segundo, aguantando sus numeroso chaparrones emocionales con la esperanza de que un día se percate de lo muy enamorado que está de él y puedan vivir siempre felices y besarse bajo la lluvia (Meg Ryan estará justo al lado, aplaudiendo). El mito es el amor está ahí, en su interior, pero él todavía no lo sabe. Lástima que te lo estés inventando y que sea tan real como el secuestro del novio de Falete.

4. El ex que vuelve desesperado a tus brazos al darse cuenta de lo que ha perdido. El que es abandonado no puede evitar continuar enganchado a su ex con la esperanza de que éste recapacite sobre su decisión y se dé cuenta de lo que ha perdido para volver arrastrándose. Para ello se llevan a cabo todo tipo de conductas poco dignas, como estar siempre ahí disponible como un seven eleven y demostrar un amor infinito como el que nunca nadie podrá mostrarle (excepto su, seguramente santa y bendita, madre). El mito es él lo valorará algún día y se dará cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Lástima que mientras se encuentre en proceso de valorar tu amor, también esté intentando valorar el tamaño del pene de un cuarto de la población mundial…

5. El casado o comprometido en una relación que deja a su pareja para irse con su amante.Se espera que el individuo termine la relación que mantiene en la actualidad en aras del amor verdadero recién descubierto en su amante, de forma que la relación que ya mantienen se haga oficial y el compromiso sea real. El mito es él no es feliz y terminará viniendo a mí. Lástima que a él ser feliz se la pele y sólo quiera tener un follamigo de recambio, como las luces del coche.

6. El del anuncio en el que dos se topan en medio de la calle y sienten el amor a primera vista corriendo por sus venas. Está claro, ahí fuera tiene que estar tu alma gemela, así que para encontrarla lo mejor que puedes hacer es ir pegándole codazos a todos los transeúntes que te molen (porque, claro, tu alma gemela tiene que ser guapa) y tirando de un manotazo lo que lleven en las manos para que al agacharos para recogerlo surja el amor. Lástima que al final lo único que consigas sea saltarles los empastes a alguno, un par de ostias, una colección de insultos, una denuncia y un par de órdenes de alejamiento. Pero, oye, experiencias para relatarles a tus nietos ficticios no te faltarán.

7. El hetero que se vuelve gay por ti. Que no, chicos, que no, que no todos los tíos o tías que os gusten deben ser más de la acera de enfrente que las canciones de Mónica Naranjo. Que sí, que yo sé que lo de montárselo con un hetero sube mucho el caché, pero no os fiéis. Mención especial merecen los casos en los que estos individuos dicen: no, a mí no me gustan los hombres/mujeres, sólo tú (¿qué? Te sientes superespecial, ¿no? Lo que no sabes es que se está quedando contigo y te está usando como conejillo de indias para descubrir experiencias nuevas y sentirse más guay). El mito es si lo prueba no volverá a ser hetero. El lado oscuro tira mucho…. Animalicos.

8. El que cae rendido en tus brazos en cuanto pasas de él. Desengáñate. Estas cosas sólo ocurren cuando te las hacen a ti. Sólo conseguirás que él siga pasando de estar contigo y sentirte ridículo porque tu elaborado plan de no saludarle cuando te lo encuentres tendrá tantos resultados como el crecepelo de un feriante. El mito es cuando crea que ya no me tiene, vendrá corriendo a lamer mis botas de cowboy, porque uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Lástima que le importe un carajo de goma tenerte o no.

Que yo no quiero ser negativo, que no digo yo que a veces, en contadas ocasiones, estos finales felices ocurran. En contadas ocasiones. Para evitar frustraciones es bueno que no se nos olvide que la vida está llena de finales y que no todos son chupiguays: el desamor es mucho más frecuente que el amor. Los finales felices escasean más de lo que pensamos.

Hay que intentarlo muchas veces antes de conseguir un resultado remotamente parecido al que esperamos.


Fuente: Universo Gay

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