
Se supone que es políticamente incorrecto afirmar que la promiscuidad extrema es señal de un problema mental, no necesariamente de una psicopatología, pero desde luego sí de inmadurez, inestabilidad y una falta de autoestima.
Porque se tiene la idea errónea, sobre todo entre el colectivo gay, considerar que aquella persona (normalmente un hombre) es un adicto al sexo sino un gay con suerte.
Pero lo cierto es que tras estos comportamientos compulsivos siempre late un trasfondo de inseguridad más o menos patológico. En realidad, muchas personas necesitan tener cuantos más contactos sexuales mejor porque es así como se sienten vivos, visibles, apreciados, deseados, incluso necesitados.
En muchos casos se trata de gente que ha sufrido abusos sexuales (abusos que algunas de las víctimas se niegan a considerar como tales y confunden con una iniciación sexual temprana) y que grabaron en su inconsciente que el sexo es aquello para lo único que sirven, viéndolo como su vocación, y su arte.
El problema es que es fácil pasar de sentirse cazador a objeto. A veces este tipo de sexo impersonal se convierte en una especie de partida en el que cada cual pone sobre la mesa sus necesidades y se la juega a una carta. El contendiente que antes humille o desprecie al otro, gana.
Pero les quiero advertir de que tomarse el sexo como un producto de consumo acaba por constituir una adicción tan peligrosa como cualquier otra, porque nuestra cultura moderna del éxito y el consumo se sustenta en creencias y reglas patológicas que se constituyen en el núcleo psicosocial de la adicción: Si tomamos el culto por la imagen, la juventud y el cuerpo, la deshumanización de las relaciones, la ambigüedad en los valores y creencias, el sensacionalismo, la tiranía de la moda ( si está mal visto repetir modelo ¿ por qué vas a repetir acompañante?)… y lo batimos todo en la termomix, estaremos en condiciones de comprender mejor por qué tanta gente se engancha al sexo. O a lo que sea.
Fuente: Puebla Gay










