
Algo que todos recriminan y de lo que nadie está exento.
Qué fácil es crearse ideas respecto a alguien por cómo habla, por cómo expresa un pensamiento, por cómo viste, por cómo se mueve, por cómo escribe, y qué poco nos paramos a pensar antes de emitir un juicio que lo sentencie al respecto. Qué fácil resulta encasillar a alguien, colgarle una etiqueta, adjudicarle un listado de atributos sin apenas conocerle, a veces incluso sin haber cruzado una palabra.
A veces sacamos conclusiones precipitadas basadas en meros indicios que algunos denominan intuiciones, y que no son sino prejuicios. A veces son meras proyecciones personales que no admitimos como tales. Otras veces nos dejamos guiar por las impresiones y prejuicios de los demás sin dar si quiera una mínima oportunidad.
Qué fácil es juzgar y condenar a alguien a quién no se conoce. Qué fácil sobre todo cuando te basas en meras conjeturas o te han dado una imagen completamente distorsionada acerca de quien es. Qué fácil dejarse llevar por las opiniones ajenas en lugar de estar abiertos a tener las propias. Qué fácil condenar a alguien en base a prejuicios, propios y ajenos.Negamos de antemano muchas oportunidades por juzgar, por precipitarnos, por equivacarnos en nuestras conclusiones.
Después exigimos a los demás que no nos juzguen sin conocernos. Pero quién esté libre de culpa, que lance la primera piedra.
Fuente: Puebla Gay