Hubo un tiempo en que ser gay no estaba de moda y que las formas de vivir la homosexualidad eran muy diferentes. El escritor y periodista Alejandro Modarelli quiso hablar de estos modos de vida que a duras penas resisten, pero tienden a desaparecer porque se volvieron “antiguas”. En esta entrevista que realizó el director editorial de El Vahído, Gustavo Pecoraro, en una colaboración especial para Boquitas pintadas, el autor de “Rosa Prepucio” resume por qué y sobre qué escribe: “Es la homosexualidad del varón doncella, a la manera de los personajes de Manuel Puig, de él mismo”.
Y sigue: “Con el triunfo del modelo gay, que es global y tiene ya décadas, la representación pública dominante es el chico bien afirmado en un cuerpo neoclásico, para quien salir del armario ya no es tan difícil. Las locas de Rosa Prepucio, que no son necesariamente viejas, buscan en cambio el “hombre verdadero” y no el gay de relaciones igualitarias, en un contexto urbano y social que ya no las favorece (cada vez hay menos espacios clandestinos donde aventurarse) y eso las vuelve anacrónicas. En cierto modo, el libro es una reflexión sobre el tiempo”.
por Gustavo Pecoraro
Alejandro Modarelli es escritor, periodista, columnista del suplemento SOY de Página 12 y autor de El universo no debe repetirse; y de Fiestas, baños y exilios – Los gays porteños en la última dictadura. Realicé esta entrevista como colaboración especial con Boquitas Pintadas pocos días antes de salir a la venta Rosa Prepucio – Crónicas de sodomía, amor y bigudí, el nuevo libro de Modarelli, publicado por Editorial Mansalva.
Gustavo Pecoraro: ¿Porqué surgen estas crónicas ficcionales que llamás Rosa Prepucio?
Alejandro Modarelli: En realidad el libro no fue originalmente concebido como crónicas ni como relatos imaginados, sino como un ensayo, una reflexión sobre una forma de vivir la homosexualidad que parece ahora antigua, pero que se resiste a desaparecer. Es la homosexualidad del varón doncella, a la manera de los personajes de Manuel Puig, y de él mismo. Con el triunfo del modelo gay, que es global y tiene ya décadas, la representación pública dominante es el chico bien afirmado en un cuerpo neoclásico, para quien salir del armario ya no es tan difícil, comparte la discoteca con heterosexuales, se siente poco hermano de las locas que lo anteceden, y casarse con otro varón es un derecho por el que pudo haber peleado como lo hicieron las mayores pero que no lo asombra demasiado, porque al fin de cuentas piensa que caía de maduro.
Las locas de Rosa Prepucio, que no son necesariamente viejas, buscan en cambio el “hombre verdadero” y no el gay de relaciones igualitarias, en un contexto urbano y social que ya no las favorece (cada vez hay menos espacios clandestinos donde aventurarse) y eso las vuelve anacrónicas. En cierto modo, el libro es una reflexión sobre el tiempo. En un principio hice entrevistas a muchachos heterosexuales que tenían o habían tenido sexo con travestis o con varones vestidos de mujer, las montadas o crossdresser, porque quería escuchar las palabras con las que explican sus goces. De ahí surgieron historias, muchas nacidas de recuerdos propios y ajenos, y lo que había sido concebido como un estudio de campo se volvió literatura. Es la segunda vez que escribo un libro de relatos; hace mucho publiqué El universo no debe repetirse, con ayuda del Fondo Nacional de las Artes.
Pecoraro: ¿Hay como una reivindicación de un estilo de vida que desaparece, que es el del viejo yiro, las amistades en las estaciones de tren, la invisibilidad política?
Modarelli: No sé si una reivindicación. Hay, sí, un sentimiento de inadecuación pre gay que recorre a los personajes. Y los hace reflexionar en términos políticos, porque además muchos se reconocen activistas. Uno de ellos, de viaje por Egipto donde encuentra a cada paso “el verdadero hombre” de sus fantasías, piensa en escribir como broma un “Manifiesto contra el puto occidental globalizado, redactado en el norte del África en el invierno de 2006”. En los países árabes, en algunos lugares de Latinoamérica, la loca recupera un paraíso que se le viene escapando en esta modernidad tardía. Ahí revive, se vuelve por fin cuerpo reclamado. Como ves, el libro es también un compendio de crónicas de viajero, bastante cerdas, porque como sabrás el viaje predispone a Eros. Y si en el medio te toca llorar, pues se llora.
Pecoraro: ¿Cómo definirías la estructuración del libro?
Modarelli: Como desestructura. Es un entrecruzamiento de géneros y de afanes. María Moreno lo inscribe, en la estirpe del neobarroso rioplatense, como llamó Perlongher a nuestros intentos barrocos en la literatura reciente.
Pecoraro: Moreno va aún más allá en su bellísimo texto de contratapa del libro donde dice que “Rosa Prepucio es entre otras cosas un libro sobre el envejecer gay (y con sobrepeso) pero es el anti-Diario de la Guerra del Cerdo. Las locas modarellianas carecen de resignación, son pura treta y picardía: aún en un mundo que ha desterrado los muelles de Querelle y las teteras demócratas en aras de la cultura del gimnasio en donde el clásico chongo modelado por el trabajo manual y las pastas ha sido remplazado por un joven de antebrazos a lo Popeye y el peinado de marine, ellas sostienen en la acción dos refranes: La suerte de la fea la linda la desea y la ocasión hace al ladrón”.
Modarelli: Bueno, sí. Es que Rosa Prepucio es una superposición de voces reales o inventadas. En Lloran las ballenas de Grytviken apelo a una crónica de amor e intriga política en las Georgias del Sur, a principios del siglo XX. Los administradores de una compañía ballenera británica temieron que las islas se convirtiesen en la segunda república soviética del mundo. ¿No es un hermoso delirio? En el libro, hay reflexiones y datos periodísticos comentados a pie de página, por un redactor hipotético. Un poco al modo en que lo hacía Borges con sus propios cuentos, salvando distancias. Rosa Prepucio tiene dos partes, la segunda se llama Los viajes y los restos.
Pecoraro: ¿Los personajes de Rosa Prepucio se enamoran?
Modarelli: Sí, claro. Pero se enamoran del opuesto, del mítico chongo. Nunca de uno como ellos mismos. Ahí no cabe la ideología igualitarista del Gay Liberation, como señala Roberto Echavarren en el posfacio.
El amor en Rosa Prepucio es un amor entre el agua y el aceite.
Amor trash entre la marica y el barrabrava.
Y a veces se deja la vida en el intento.
Fuente: Boquitas Pintadas