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23 de febrero de 2009

Políticos en el closet

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En la capital gay de Sudamérica no hay legisladores ni diputados émulos de Harvey Milk, el activista homosexual que hace más de treinta años los norteamericanos eligieron como concejal. Las razones. El debate.

Hace más de treinta años, en 1977, Harvey Milk se convirtió en el primer político abiertamente gay que ganaba una elección en Estados Unidos. Activista por los derechos de la comunidad LGTB en la ciudad de San Francisco, había ganado tanta notoriedad desde su local de insumos fotográficos –con el tiempo un centro de reunión de los militantes por los derechos de las minorías sexuales–, que fue bautizado como “El alcalde del barrio Castro”. El vecindario había ganado fama porque era habitado, casi en su totalidad, por gays, lesbianas, travestis y transexuales. Milk, la película dirigida por Gus Van Sant y protagonizada por Sean Penn que se acaba de estrenar, cuenta la historia de ese hombre, que emigró desde Nueva York hacia California en 1973.

La época y la región tenían un aire bohemio y vanguardista que adoptó, y culminó asesinado en 1978 en plena alcaldía de San Francisco, junto al major George Moscone. El autor de los disparos fue Dan White, un concejal que se oponía a sus ideas. La película mueve a preguntarse acerca de las razones por las que todavía no existe un émulo (o una émula) de Milk en la Argentina o, incluso, en Buenos Aires, tantas veces mentada como la capital gay de Sudamérica. Sorprende que, a pesar de su liberalismo, el país se encuentre a años luz de Islandia, donde Johanna Sigurdardottir, ex azafata y abiertamente lesbiana, fue elegida como primera ministra del helado país de Björk. A pesar de que ningún candidato argentino que haya manifestado su orientación sexual fue elegido, hubo algunas postulaciones a cargos legislativos o ejecutivos, aunque sin resultados positivos. En 1994 el abogado José Luis Pizzi fue candidato a diputado por la Democracia Avanzada, liderada por Atilio Borón. Carlos Jáuregui también se postuló al puesto.

En 2003, María Rachid fue candidata a vicejefa de gobierno porteña por el Partido Obrero en la fórmula que encabezó Marcelo Ramal, mientras que Flavio Rapisardi fue candidato a diputado por Izquierda Unida. Ninguno de ellos obtuvo votos suficientes para obtener los cargos. “Fue una muy buena experiencia que se dio en un momento político muy particular –recuerda Rachid–. Veníamos de los agitados 2001 y 2002. Siento que me propusieron la candidatura no sólo por mi militancia lésbica, sino por mi actividad en las asambleas populares. La gente no se sorprendía porque fuera una candidata lesbiana, creo que el clima social era permeable a estas propuestas, aunque lo hiciéramos desde un partido minoritario. Hoy una candidatura de esta naturaleza no forma parte de la agenda política de los partidos mayoritarios, no consideran que nuestra militancia sea importante como para convocarnos.”

Sin embargo, Rachid reconoce que existen diputados y diputadas gays o lesbianas que no reconocen públicamente su orientación sexual: “Lamentablemente indica que sus espacios políticos consideran que tales declaraciones tendrían un costo político. Esa actitud dice algo sobre esos espacios”. La legisladora porteña por la Coalición Cívica Diana Maffia razona que “si una persona pone en riesgo su seguridad, felicidad, carrera o lo que fuere por explicitar su identidad sexual, le estamos pidiendo un acto heroico, por encima de lo exigible. No es lo mismo decir ‘soy homosexual’ en un pueblo de provincia que en la Facultad de Ciencias Sociales. No es lo mismo para un artista que para un juez o un legislador o legisladora. Tampoco se le puede pedir a toda persona con una identidad diferente que se transforme en militante. Sería reducir la identidad, de una enorme complejidad, a una sola, y esa es la estructura básica de la discriminación. Sin embargo, sería importante que algún político llegara explicitando su orientación sexual para aportar a la lucha por los derechos”.

César Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), considera que “sería un mensaje muy potente que indicaría que una persona puede realizar sus objetivos cualquiera sea su orientación sexual, que la identidad de género no es ninguna limitación. En la intimidad muchos diputados lo han reconocido y aunque nos gustaría que lo hicieran público, entendemos su posición. Nuestro principal objetivo es que los legisladores adopten el discurso reivindicativo de la comunidad y no que se centre en una sola persona, cualquiera sea su orientación sexual”.

El legislador Martín Hourest, de Igualdad Social, cree que “ante un candidato de una minoría, aparecen los tabúes y el miedo a los cuerpos, el miedo al deseo por vía de la palabra y eso no es tan fácil de resolver. De cualquier manera, la preferencia sexual no implica una óptica política: hay gays de derecha y de izquierda, autoritarios y democráticos. La condición de género no implica un determinado perfil ideológico”.

El diputado macrista Cristian Ritondo coincide con esas apreciaciones: “Que sea bueno o malo no depende de que sea gay sino de la persona y cuál es su idea. Si hoy se presentara un candidato homosexual sería normal para gran parte de la sociedad, porque se han roto los grandes prejuicios sobre ese tema”.

Sin embargo, el diseñador Roberto Piazza no es tan optimista: “En la Argentina no hay ningún político electo que haya asumido su homosexualidad porque tienen miedo, ya que este es un país homofóbico y machista. Aquí un presidente separado de su mujer, que tiene amantes y sale con todos los gatos y las vedettes de la calle Corrientes, como hizo Menem, es aprobado por más que nos cague como Menem”. Para afirmar que una sociedad acepta la diversidad, esa cualidad debería mostrarse en todos los campos, incluso –y principalmente– el político. Tal vez sea una tarea pendiente que los argentinos puedan votar a candidatos de la más diversa orientación sexual. De cualquier manera, la tarea inmediata es que se aprueben leyes que propicien, en los hechos, las herramientas para alcanzar la igualdad. Sin importar quién las redacte o las impulse. Cuando se levantan las manos en los recintos legislativos, todas las palmas y los dedos se asemejan









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