
Me llamo Samuel Salas y tengo 20 años. Vivo en Bilbao y hace cuatro meses que di el primer paso para salir del armario, aceptarme a mí mismo. No era algo que no supiera de antemano, pero sí algo que me intentaba negar. Solía pensar... En realidad es porque ese chico me da envidia, Esto es pasajero, Seguro que le sucede a todo el mundo, ¿Cómo voy a ser yo gay? No tiene sentido que yo sea gay, ya verás como dentro de unos día se me pasa... Pero al de unos días no se me pasó, ni al de unas semanas, ni al de unos años. Entonces llegó aquel sábado de enero que mi mente encontró la respuesta al por qué me atraían los hombres. Es que eres gay... ¿y qué?
Lo que mejor recuerdo es que tuve un gran momento de alivio. Ya estaba, era la respuesta. Pero de pronto me entró una preocupación. ¿Qué vas a hacer con tu vida? Por suerte esta pregunta es más común en toda la gente y nunca ha habido una respuesta clara, ya que la vida da pinceladas de todos los colores por doquier. Ahora tocaba dar un paso más, decírselo a la gente ¿Y si me dejan de hablar? ¿Y si les pierdo? Bueno, es verdad, era un riesgo a correr, pero tenía que hacerlo, porque seguir sintiéndome desgraciado durante el resto de mis vidas y frustrarme sexualmente en esta sociedad "tan libreral" no era la mejor opción. ¿Y a quién se lo digo?
Habíamos tenido cena de clase los de la uni y, gracias a los horarios de cierre, en plena noche estábamos tirados en la calle. Todavía no sé muy bien cómo pero acabé con Cristina caminando por Jardines de Albia, los dos solos. El suelo estaba mojado porque había estado lloviendo y corría un frío viento. Entonces sucedió.
-Oye, ¿Qué hacemos aquí en la calle? -me preguntó- ¿Vamos tú y yo a tomar algo por ahí?
En aquel preciso momento pasó un guapo argentino, cuerpo atlético y bien vestido, al cual, sin poder evitarlo, se me fueron los ojos. Cristina se rió.
-No sabía lo tuyo.
Noté cómo un calor, muy diferente al que había sentido segundos antes, me encendía las mejillas, pero yo mantuve la entereza e hice lo propio, con total naturalidad.
-¿No? Creía que lo sabías.
-Ya, bueno... mejor, ¿Qué tal si vamos al ambiente?
Exacto, esto me pilló completamente por sorpresa.
-¿Al ambiente? ¿Quieres decir al Balcón de la Lola?
Cristina se volvió a reir.
-Hay muchos más bares aparte de ese.
-¿Sí? -no pude evitar sorprenderme, estaba claro que mi conocimiento sobre la vida gay de Bilbao era completamente nulo. Mis conocimientos se reducían a "El Balcón de la Lola" y Chueca en Madrid.
Cristina me miró pensativa.
-No has salido nunca por el ambiente, ¿verdad? -Me ha pillado pensé, y se me debió dibujar en la cara- No te preocupes, el sábado que viene nos damos una vuelta.
Está bien, lo sabe Cristina, y voy a salir por el ambiente. ¿Se lo digo a alguien? Así que sin darme cuenta pasó toda la semana y en el transcurso de los día me di cuenta de que Cristina también hacía bastante poco que se había descubierto a ella misma, por lo que cuando llegó el jueves lo que se plantó en Bilbi fueron dos novatos que pronto se sintieron abrumados al ver a dos chicos de la mano, o al ver a dos mujeres besándose. Vaya par de idiotas deberíamos de parecer.
Eran las doce de la noche y, como suele suceder, los pubs no suelen abrir hasta esas horas y están vacíos. Aunque claro, eso nosotros no lo sabíamos.
-¿Dónde vamos? -me preguntó.
-Mierda, Cristina, creía que tú conocías esto.
-Bueno, en realidad yo he salido un par de veces... pero tampoco te creas.
-¿Y a dónde fuiste?
-¿Al Badulake?
Estaba cerrado.
-¿Y ahora? -Cristina se encogió de hombros- Vale, pues vamos a tiro fijo. Al Balcón de la Lola, que por algo es el bar más famoso de Bilbao.
Allí estábamos en la puerta. El Balcón de la Lola ¡Íbamos a entrar en un bar de ambiente! Esas luces azules sobre la parez negra, una entrada no vigilada (no os egañéis, esto sólo sucede los jueves) y música procedente del interior. Abrimos la primera puerta. Cierto, estábamos nerviosos. ¿Qué clase de gente podría haber dentro? ¿Serían todo maricas locas como lo que siempre hemos creído que son los gays? Abrimos la segunda puerta y...
Estaba vació. Un lugar peculiar, mucho más pequeño de lo esperado para que tanta gente vaya los fines de semana. Pero vacío al fin y al cabo.
-Aquí no hay nadie.
-Eres muy observador, Samuel.
-Vamos a pedir algo, aunque sea un chupito, para no quedar como idiotas aquí plantados en medio de la pista de baile.
Cristina accedió. La verdad es que estar allí, a pesar de que no hubiera gente, era abrumador (bueno, sí, dos personas más aparte del camarero, quienes después descubrimos que también eran camareros). El camarero, un hombre de gimnasio, nos atendió con tanta simpatía que yo no sabía dónde meterme.
-¿Qué queréis, guapos? -nos dijo.
-Eh... dos... bhftos. Chusdfsp... Pitos. ¡Chupitos! -Debí haberla dejado hablar a ella.
Al camarero le debió hacer gracia.
-Mejor que sean tres, me tomo uno yo y os invito.
La primera vez que un gay me invita a un chupito, y era una persona maja. ¡No es tan terrible ser gay!
Y así fue la primera vez que entré en el Balcón de la Lola. Después volví a entrar, esta vez sí, con más gente, donde todo el mundo bailaba. Yo podía bailar. Cristina podía bailar. Los chicos se podían besar entre ellos. Las chicas se podían besar entre ellas. Los chicos podían besar a las chicas, y las chicas a los chicos. Y nadie miraba raro, nadie hacía comentarios despectivos. Lo más importante allí era la copa que tomaras. Y ya.
Aquella noche, en el Balcón de la Lola, hasta me atreví a hacer un juego de miradas. Fue algo divertido, podía mirar a los chicos sin complejos, devorarlos con la vista, sin que nadie me dijera nada, ya que si el chico me pillaba, lo que hacía era mirarme y sonreir. Era libre, sí señor. Hasta conseguí un messenger aquella noche, alguien con quién hablé durante unos días, luego me quitó la admisión. Pero eso no es importante.
Me gustaba ser gay. No tenía nada que ver con todas esas historias catastróficas que me había formado en mi mente. ¿Por qué debía importarme lo que los demás pensaran? En mi grupo de amigos ha habido gente que se iba y venía, que se fueron y no volvieron, que llegaron y se quedaron. Conocí a más gente en la universidad y salí con ellos, quedé con ellos, hice amigos nuevos, perdía colegas viejos y me quedé con los verdaderos amigos. ¿Por qué ahora no podía conoces a gente nueva con la que poder disfrutar de mi verdadera sexualidad? Había una vida que podía ser disfrutada y experimentanda siendo gay sin tener que deshacerme de mi vida anterior.
Fuente: El día después de salir del armario
wow, muy buena historia.
ResponderEliminar¡Qué sorpresa encontrar esto publicado aquí! Me alegra e ilusiona que os haya gustado tanto como para publicarlo.
ResponderEliminarEstaremos en contacto ;)
Samuel Salas