
En la Argentina las instituciones están en movimiento: hay parejas casándose en todo el territorio (3500 se casaron en estos meses); Diputados dio dictamen favorable para tratar el proyecto de identidad de género (posibilitará a las personas trans la modificación de su identidad legal y a realizarse cambios en sus cuerpos a partir de cirugías si así lo desean); se trabaja para modificar la ley de educación sexual y sumar en la currícula de las escuelas de todo el país a la orientación sexual y a la diversidad; se avanza en la despenalización del aborto para todos los casos en los que una mujer no desee tener un hijo o una hija…
En todos estos temas pensaba el sociólogo Martín Boy hace unos días cuando transcurría la XX Marcha de Orgullo en Buenos Aires. Entonces, ese día, Martín se acordó de una crónica que había escrito a propósito de su vivencia más significativa desde que tiene memoria, el “gol de Maradona”: la noche de la aprobación del matrimonio igualitario. La recuperó de aquel cajón en que había quedado guardada y la envió a Boquitas pintadas con el temor de que pudiera resultar extemporánea. Por el contrario, rememorar aquella noche es repasar lo que falta y es invitar a todo América latina a imitar la actitud argentina, una sociedad cada vez más igualitaria.
Por Lic. Martín Boy
La madrugada del 14 de julio de 2010 se convirtió en un día inolvidable, en uno de esos hitos históricos en la democracia argentina: el Código Civil de la Constitución Nacional fue modificado y a partir de ese momento todas las personas podrían casarse y adoptar si así lo quisieran. El 15 de julio, un día después, la mayoría de la población residente en Argentina se despertaba con los mismos derechos, pero otros grupos comenzaban a poder planear su vida con las mismas oportunidades que las personas heterosexuales.
En tiempos donde el matrimonio parece experimentar un proceso de auto-demolición, ¿Quién quiere casarse? ¿Por qué apostar a instituciones socioculturales que parecen estar ancladas en el pasado? Una posible respuesta es que lo que estuvo en juego el 14 de julio no fue solamente la posibilidad de casarse y adoptar, sino más bien poner en práctica el derecho a la igualdad que la misma Constitución garantiza. Por otro lado, fue una batalla de orden simbólico en el cual instituciones como la Iglesia Católica y sus aliados apelaron a cualquier tipo de argumentos y prácticas para perpetuar al matrimonio a la heterosexualidad y a la reproducción biológica. Lo que estas alianzas nunca entendieron es que el matrimonio es una institución laica que como tal está sujeta a modificaciones a lo largo de la historia, como cualquier otra.
A los opositores al matrimonio igualitario se les explicó varias veces que en su momento estaban prohibidos los casamientos interraciales, los casamientos entre personas de diferentes religiones y los casamientos entre hombres gays o mujeres lesbianas. Y que todas estas prohibiciones fueron cayendo salvo la última, que era el único grupo que aún no podía contraer matrimonio si así lo quisiese. A pesar de toda esta argumentación sociológica y hasta histórica, la Iglesia Católica y quienes votaron en contra plantearon que la institución del matrimonio está anclada en la posibilidad de la reproducción, en la complementariedad de los sexos contrarios, en la voluntad de Dios (muy a pesar de que el matrimonio es una institución laica desde finales del Siglo XIX, cuando se logró arrebatarle a la Iglesia Católica el monopolio sobre el registro de los casamientos).

La madrugada del 14 de julio con dos grados de temperatura, miles de personas estaban en la Plaza de los Dos Congresos esperando la votación final, ese SI o ese NO que podría cambiar la historia, que podría ser recordado como el día que triunfamos o el día que lo intentamos y que la ilusión fue linda mientras duró. El Senado argentino primero debía votar si rechazaba la media sanción que se había aprobado en la Cámara de Diputados. Eso no sucedió y quienes estábamos en la plaza agarrados de las manos comenzamos a saltar. Era el primer triunfo. Un minuto después, se votaría el sí al matrimonio igualitario o su rechazo. El presidente del Senado invitó a los senadores a pronunciarse pulsando el botón de sus escritorios. En la plaza estábamos escuchando en vivo el audio de la transmisión y ya todos estábamos mirando el piso, abrazados, tomados de las manos. Parecía que Maradona iba a patear un penal que definiría si Argentina se consagraba campeón mundial por tercera vez en su historia.
Adrenalina. Rareza. Temor. Incertidumbre que había estado presente desde la tarde, momento en el que miles de personas se habían acercado a la plaza para apoyar la causa y seguir un debate que duró más de doce horas. Miedo a que todo siga igual, bronca al pensar que un NO ratificaría todos los discursos homofóbicos que habíamos escuchado en las semanas previas y que se verían más fortalecidos que nunca. Ganas también de que todos los nervios de las semanas previas a la sanción se terminen y podamos empezar a planificar o pensar en otras cosas, preocuparnos por otros temas. El audio de la carpa blanca que había sido instalada llegaba un segundo antes y de repente, quienes estábamos a la intemperie escuchamos un grito: Maradona había hecho el gol. Nos miramos con rareza hasta que el audio, nuestro audio, lo confirmó. Argentina había aprobado la modificación del Código Civil, Argentina había aprobado el matrimonio igualitario, Argentina tendía la carpeta roja a los putos, las tortas y las travas que habían sido relegados históricamente. Argentina se convertía así en el décimo país en el mundo en el que los casamientos entre hombres, entre mujeres, entre personas trans y heterosexuales o entre trans y lesbianas o lo que fuera estaba permitido. El matrimonio igualitario ya era un hecho, un penal convertido.

¿Qué sucedió en la plaza? Lo inolvidable. Todos saltando, felices, llorando. Personalmente había acompañado todo el proceso de debate de diferentes formas y nunca creí en la institución del matrimonio como tal, pero entendí recién en ese momento cuál era la magnitud de lo que se estaba discutiendo. Ver a uno de los chicos que conocí en esa plaza, en esas largas y frías horas, largándose a llorar como un niño, a llanto suelto, me hizo entender un poco más. En cuanto los saltos pararon, los abrazos ya se habían soltado para liberar el cuerpo, le pregunté mientras todos cantaban si lloraba porque tenía con quién casarse. Y me dijo: no, pero es el sueño mío desde que era niño. Y yo sabía que en algún momento iba a poder concretarlo. Ese momento había llegado y la vida cotidiana de miles de personas comenzaba a cambiar. Asumirse gay ya dejaba de implicar un duelo ante la familia que no iba a poder formar, los hijos que no iba a poder tener. Asumirse como gay ya no implicaba vestirse de luto.
Y pasadas las cuatro de la mañana, las miles de personas que todavía estábamos en la plaza, tomamos la Avenida Callao cantando, bailando, abrazándonos, yendo al Obelisco, el lugar donde los porteños vamos a festejar los triunfos en los mundiales. Fueron 10 cuadras de alegría, las personas asomándose por los balcones saludando, felicitando, contentos. Todos contentos. Los coches que pasaban por el único carril habilitado por la cantidad de personas que estábamos caminando tocaban sus bocinas solidarizándose, festejando lo conquistado. La avenida Corrientes, famosa por sus teatros y librerías y por ser la columna vertebral de la ciudad de Buenos Aires, una noche que podría ser como cualquiera, se vio tomada por gays, lesbianas, bisexuales, trans y simpatizantes de la causa.

Llegamos al Obelisco. La gente empezó a correr alrededor de ese monumento fálico, más fálico que nunca esa noche, para luego entre todos agarrarnos de las manos y hacer un abrazo simbólico, cortando el tránsito de la Av. 9 de julio. Luego de eso, espontáneamente, nos pusimos a cantar el Himno Nacional Argentino. Los putos, las tortas, las travas, las maricas, las come sables, los trolos, los desviados, los anormales, los patológicos, los subversivos, los inmorales entre otras posibles denominaciones entrábamos en la historia grande de la democracia argentina. Y entrábamos por la puerta grande, con los mismos derechos y con los mismos nombres.
Las repercusiones de esa helada noche de invierno no tardaron en llegar. Pero por suerte a nivel regional. Países vecinos como Chile y otros no tan lejanos como Perú comenzaron a presentar proyectos de unión civil o de matrimonio igualitario en los Parlamentos locales. Argentina y el Distrito Federal en México son los únicos lugares de América Latina donde cualquier persona que lo desee puede contraer matrimonio y acceder a todos los derechos que se derivan de este. Pero son mucho más que eso, son el ejemplo de que se puede, de que es el momento para comenzar a meterse entre las grietas de los discursos y prácticas hegemónicos.
Lograr meterse por esos espacios será un trabajo arduo, tendrá más o menos resistencias, se sufrirá más o menos las agresiones en el cuerpo, pero es un paso que hay que animarse a dar. Sobre todo porque ya a nivel regional estamos empezando a ganar los primeros partidos. Y el verdadero penal definitivo será convertido cuando ya no quede ni un solo país en América Latina sin gozar de toda esta batería de derechos, de poder ejercer la igualdad ante la ley.
Fuente: Boquitas Pintadas















