
La otra noche estaba yo en medio de un bar de ambiente (fíjense, insensato de mí que acude a esos antros de perversión y lujuria en lugar de quedarme en casa apretándome el cilicio) y llegó el temido momento: la hora de cerrar. Mis amigos y yo nos miramos y supimos por ciencia infusa (arte de magia marica) que estaban pinchando la última canción y que las luces se encendían. En ese instante, siempre se emite un grito ahogado de terror: tener que ver todas esas caras a plena luz amarillenta de bar… y ya no sólo las caras, sino las paredes color vómito, el suelo color posvómito y la cara a punto de vomitar de más de uno y de una que anda pululando a tu alrededor. Como decía, estábamos mis amigos y yo en ésas de bailar con más pena que nada la última canción, cuando uno de mis amigos anunció a voz en grito:
—¡Corred maricones! ¡Vámonos p’afuera, que empiezan las rebajas!
Y, efectivamente, tuvimos que atropellarnos contra las puertas, tal y como aparecen todos los años las imágenes del primer día de rebajas en los informativos con la gente empujándose y atropellándose para conseguir las mejores ofertas. Cuando logramos escapar del bareto, apabullados y horrorizados, y dispuestos a respirar el aire puramente viciado y vicioso de la noche, supe a ciencia cierta a qué se había referido mi amigo con eso de las rebajas.
Me imagino que el que más y el que menos habrá ido en alguna que otra ocasión a las rebajas y habrá comprobado que en las estanterías y percheros de los establecimientos se agolpan una ingente cantidad de artículos de saldo. Algunos son de la temporada que acaba justo de irse, pero otros están más pasados que la carrera musical de José Manuel Soto. Lo que ocurre es que los ponen ahí, a ver si algún despistado los compra a bajo precio. Por otro lado, se exponen ahí, de cualquier manera, unos encima de otros, sin orden ni concierto y en un estado más que dudoso. Todos hemos ido a las rebajas y hemos tomado algún que otro andrajo de una punta sin lograr descubrir su forma precisa para después volver a dejarlo sobre el montón con una mueca de desprecio dibujada en nuestro rostro, en plan “Agh, ¿esto qué es? ¿Y por qué existe? Y, sobre todo, ¿por qué lo he cogido? Espero que nadie me haya visto…”. Pues con el ligoteo pasa exactamente lo mismo y todos nos hemos echado a la boca a ciertos sujetos en un momento de rebajas de los cuales nos avergonzamos tiempo después.
Los bares también tiene su momento de rebajas. Es evidente que la gente que no ha pillado cacho hasta el momento (las cuatro de la madrugada, más o menos) baja el listón hasta límites insospechados con la esperanza de tener a alguien con quien revolcarse y copular; para perpetuar la especie y eso, vamos, no por placer. La escala de follabilidad, el baremo por el cual mides si te tirarías a un sujeto o a otro y en qué medida (le echaba cuatro polvos, le hacía ocho favores, le comía hasta los pelos de la espalda), se transforma con enorme rapidez. Así los normalitos pasan a ser guapos, los feillos pasan a ser monos, los incómodos de ver pasan a ser peculiares con encanto y los feos de cojones individuos follables con accesorios (una bolsa en la cabeza, una peli porno de fondo). Y como en las rebajas de las tiendas, la gente se transforma. Ya lo dije yo una vez, que la gente en rebajas es como los licántropos cuando hay luna llena: se convierten en lobas hambrientas de carne humana. En los bares de ambiente, clarostá, esto es mucho peor, porque los maricones somos unos depravados que sólo pensamos en follar.
Así, ir a las rebajas de carne humana es todo un arte que os voy a desglosar muy altruistamente. Porque, a pesar de la morralla, puede que hasta pilles un ofertón de agárrate y no te menees y hay que estar atentos y bien entrenados.
Fase 1: estudiar el terreno para elegir lo mejor y exponerse adecuadamente para parecer una prenda de moda. Si decides rebajarte, a la hora de exponerse, hay que elegir los mejores lugares, los que están mejor ubicados, para que se nos vea bien. Lo mejor es situarse cerca de la puerta, para sorprender a las maricas despistadas cuando salen y todavía se encuentran desubicadas por el cambio de escenario.
Desde la puerta, los cachos de carne también conocidos como mariquitusos de la especie humana suelen expandirse en grupitos más o menos controlados y separados. Parece que hablan animadamente entre sí, pero si te fijas bien sus ojos, en lugar de mirar a la persona con la que supuestamente conversan, miran hacia todos sitios: están estudiando el terreno. Es decir, parece que tú y yo hablamos porque movemos la boca pero, en realidad, estoy escrutando a vista de gorrina lo que hay por ahí, decidiendo qué me gustaría llevarme a casa. Hay que aprovechar, que en esos momentos los maricones se cuelgan carteles del diez, del veinte, del treinta, del cincuenta y hasta del setenta por ciento de rebajas, dependiendo de lo borrachos/desesperados/cachondas como perras que estén. Por eso hay que mirar rápidamente, para iniciar actitudes de acercamiento, no vaya a ser que cualquiera más rápida y más lista se adelante y se lleve lo mejor a casa.
Para que nos compren hay que adoptar poses estupendas de artículos de moda. Por eso algunas se tocan insistentemente los brazos, el pecho, se levantan la camiseta simulando tener mucho calor para descubrir sus abdominales y se atusan el pelo con la intención de que el bíceps se les marque. Sutileza ante todo. Aunque si no funciona, siempre puedes correr desnudo mientras gritas que eres más fácil que la tabla del 1.
Fase 2: acercarnos sigilosa y disimuladamente al producto que nos ha gustado. Para llevarse el homosexual de rebajas a casa hay que iniciar un acercamiento, lo que a esas horas es relativamente fácil. Así es muy frecuente ver cómo los individuos se presentan mediante la conocida técnica del “by the face” (esto es, por la cara) con cualquier excusa del tipo “jo, tío, me suena tu cara un montón de la Iglesia”, “¿te importaría atarme los cordones de los zapatos que es que no llego?”, “yo te conozco del curso de encaje de bolillos, ¿verdad?”, “¿Tú no eras el tipo que se folló a mi ex mientras estaba conmigo?” o “mi amigo dice que se ha enamorado profunda y desaforadamente de ti” (mientras el amigo le hace señas para indicarle que no es ése el que le gusta, sino el que está al lado). Todo esto, claro, siempre acompañado de una sonrisa descomunal (somos taco de simpáticos a esta hora, tía. Cuando se me baje la erección ya veremos, pero por ahora soy el saco de la risa).
Fase 3: comprobar la calidad del artículo que nos vamos a llevar. El siguiente paso, una vez que nos hemos acercado a la prenda y que ésta ha mostrado cierta conformidad con que queramos comprarla, es observarla, comprobar su calidad. Las nuevas confecciones pueden ser muy dudosas y los tejidos no siempre son tan buenos como prometen. Por eso, es habitual que los maricones soben descarada y deliberadamente las prendas en rebajas. Esto es muy fácil, porque como somos taco de simpáticos y estamos taco de borrachos, te toco allí, te toco aquí, te pongo la mano allá, te palpo el bulto y… ¡no pasa nada, tía! Como si fuera un concurso espontáneo de entrepiernas y tú hubieras sido elegido como miembro honorífico del jurado.
Fase 4: Ofertas especiales: el 2×1, como en el Carrefour. Todos sabemos que hay parejas que buscan un meneo con un tercero y éstas también van a las rebajas. La borrachera y el desconcierto conlleva un momento cariñoso conducente a tríos: “mi novio y yo pensamos que eres muy majo”*, “nos caes superbien”**, “nos encanta tu estilo”*** o “queremos borrarte el cerete y hacer que te quepa el Titanic de lado con pasajeros y todo”****.
* Majo: que tiene los pectorales duros como piedras y que podría cortar cristales con los pezones o un culo respingón estupendo.
** Caer superbien: queremos que nos azotes con un bote de leche merengada.
***Encantar el estilo de alguien: querer ponerle mirando pa’ Cuenca mientras recita la lista de los Reyes Godos.
**** ¿En serio hace falta que explique esto?
Esto también sucede a la inversa, siendo uno solo el que intenta ligar con una pareja que alegremente revolotea en las puertas: “jo, qué buena pareja hacéis” (me lo quiero montar a muerte con vosotros), “tú tienes pinta de ser más romántico” (ergo cree que eres el pasivo de la relación), “el amor es genial” (aunque vaya de profunda y mística, ¿nos montamos un trío como Dior manda?), “él liga más, ¿verdad?” (en realidad me da igual, pienso tocarme pensando en los dos en cuanto llegue a casa) y cosas así.
No olviden mis depravados lectores que uno siempre corre el riesgo de llevarse a casa algo que no le llene demasiado y al día siguiente puedes acabar preguntándote por qué narices tuviste que adquirirlo cuando, en realidad, no te gusta nada de nada y su sola visión te pone los pelos de punta. No busquen el ticket: no se admiten devoluciones ni le devolvemos el dinero por muy insatisfecho que esté. No se indignen. Nadie dijo que la vida de barra de bar fuera El Corte Inglés. Y, sobre todo, no se engañen: tampoco es necesario copular por narices; ser del montón no implica necesariamente que haya que ponerse de rebajas, ni a las cuatro de la mañana ni a las doce del mediodía. Hasta para un triste polvo, hay que darse a valer. Y quien quiera, que se compre una hucha y, con paciencia, que ahorre.
Fuente: Universo Gay
—¡Corred maricones! ¡Vámonos p’afuera, que empiezan las rebajas!
Y, efectivamente, tuvimos que atropellarnos contra las puertas, tal y como aparecen todos los años las imágenes del primer día de rebajas en los informativos con la gente empujándose y atropellándose para conseguir las mejores ofertas. Cuando logramos escapar del bareto, apabullados y horrorizados, y dispuestos a respirar el aire puramente viciado y vicioso de la noche, supe a ciencia cierta a qué se había referido mi amigo con eso de las rebajas.
Me imagino que el que más y el que menos habrá ido en alguna que otra ocasión a las rebajas y habrá comprobado que en las estanterías y percheros de los establecimientos se agolpan una ingente cantidad de artículos de saldo. Algunos son de la temporada que acaba justo de irse, pero otros están más pasados que la carrera musical de José Manuel Soto. Lo que ocurre es que los ponen ahí, a ver si algún despistado los compra a bajo precio. Por otro lado, se exponen ahí, de cualquier manera, unos encima de otros, sin orden ni concierto y en un estado más que dudoso. Todos hemos ido a las rebajas y hemos tomado algún que otro andrajo de una punta sin lograr descubrir su forma precisa para después volver a dejarlo sobre el montón con una mueca de desprecio dibujada en nuestro rostro, en plan “Agh, ¿esto qué es? ¿Y por qué existe? Y, sobre todo, ¿por qué lo he cogido? Espero que nadie me haya visto…”. Pues con el ligoteo pasa exactamente lo mismo y todos nos hemos echado a la boca a ciertos sujetos en un momento de rebajas de los cuales nos avergonzamos tiempo después.
Los bares también tiene su momento de rebajas. Es evidente que la gente que no ha pillado cacho hasta el momento (las cuatro de la madrugada, más o menos) baja el listón hasta límites insospechados con la esperanza de tener a alguien con quien revolcarse y copular; para perpetuar la especie y eso, vamos, no por placer. La escala de follabilidad, el baremo por el cual mides si te tirarías a un sujeto o a otro y en qué medida (le echaba cuatro polvos, le hacía ocho favores, le comía hasta los pelos de la espalda), se transforma con enorme rapidez. Así los normalitos pasan a ser guapos, los feillos pasan a ser monos, los incómodos de ver pasan a ser peculiares con encanto y los feos de cojones individuos follables con accesorios (una bolsa en la cabeza, una peli porno de fondo). Y como en las rebajas de las tiendas, la gente se transforma. Ya lo dije yo una vez, que la gente en rebajas es como los licántropos cuando hay luna llena: se convierten en lobas hambrientas de carne humana. En los bares de ambiente, clarostá, esto es mucho peor, porque los maricones somos unos depravados que sólo pensamos en follar.
Así, ir a las rebajas de carne humana es todo un arte que os voy a desglosar muy altruistamente. Porque, a pesar de la morralla, puede que hasta pilles un ofertón de agárrate y no te menees y hay que estar atentos y bien entrenados.
Fase 1: estudiar el terreno para elegir lo mejor y exponerse adecuadamente para parecer una prenda de moda. Si decides rebajarte, a la hora de exponerse, hay que elegir los mejores lugares, los que están mejor ubicados, para que se nos vea bien. Lo mejor es situarse cerca de la puerta, para sorprender a las maricas despistadas cuando salen y todavía se encuentran desubicadas por el cambio de escenario.
Desde la puerta, los cachos de carne también conocidos como mariquitusos de la especie humana suelen expandirse en grupitos más o menos controlados y separados. Parece que hablan animadamente entre sí, pero si te fijas bien sus ojos, en lugar de mirar a la persona con la que supuestamente conversan, miran hacia todos sitios: están estudiando el terreno. Es decir, parece que tú y yo hablamos porque movemos la boca pero, en realidad, estoy escrutando a vista de gorrina lo que hay por ahí, decidiendo qué me gustaría llevarme a casa. Hay que aprovechar, que en esos momentos los maricones se cuelgan carteles del diez, del veinte, del treinta, del cincuenta y hasta del setenta por ciento de rebajas, dependiendo de lo borrachos/desesperados/cachondas como perras que estén. Por eso hay que mirar rápidamente, para iniciar actitudes de acercamiento, no vaya a ser que cualquiera más rápida y más lista se adelante y se lleve lo mejor a casa.
Para que nos compren hay que adoptar poses estupendas de artículos de moda. Por eso algunas se tocan insistentemente los brazos, el pecho, se levantan la camiseta simulando tener mucho calor para descubrir sus abdominales y se atusan el pelo con la intención de que el bíceps se les marque. Sutileza ante todo. Aunque si no funciona, siempre puedes correr desnudo mientras gritas que eres más fácil que la tabla del 1.
Fase 2: acercarnos sigilosa y disimuladamente al producto que nos ha gustado. Para llevarse el homosexual de rebajas a casa hay que iniciar un acercamiento, lo que a esas horas es relativamente fácil. Así es muy frecuente ver cómo los individuos se presentan mediante la conocida técnica del “by the face” (esto es, por la cara) con cualquier excusa del tipo “jo, tío, me suena tu cara un montón de la Iglesia”, “¿te importaría atarme los cordones de los zapatos que es que no llego?”, “yo te conozco del curso de encaje de bolillos, ¿verdad?”, “¿Tú no eras el tipo que se folló a mi ex mientras estaba conmigo?” o “mi amigo dice que se ha enamorado profunda y desaforadamente de ti” (mientras el amigo le hace señas para indicarle que no es ése el que le gusta, sino el que está al lado). Todo esto, claro, siempre acompañado de una sonrisa descomunal (somos taco de simpáticos a esta hora, tía. Cuando se me baje la erección ya veremos, pero por ahora soy el saco de la risa).
Fase 3: comprobar la calidad del artículo que nos vamos a llevar. El siguiente paso, una vez que nos hemos acercado a la prenda y que ésta ha mostrado cierta conformidad con que queramos comprarla, es observarla, comprobar su calidad. Las nuevas confecciones pueden ser muy dudosas y los tejidos no siempre son tan buenos como prometen. Por eso, es habitual que los maricones soben descarada y deliberadamente las prendas en rebajas. Esto es muy fácil, porque como somos taco de simpáticos y estamos taco de borrachos, te toco allí, te toco aquí, te pongo la mano allá, te palpo el bulto y… ¡no pasa nada, tía! Como si fuera un concurso espontáneo de entrepiernas y tú hubieras sido elegido como miembro honorífico del jurado.
Fase 4: Ofertas especiales: el 2×1, como en el Carrefour. Todos sabemos que hay parejas que buscan un meneo con un tercero y éstas también van a las rebajas. La borrachera y el desconcierto conlleva un momento cariñoso conducente a tríos: “mi novio y yo pensamos que eres muy majo”*, “nos caes superbien”**, “nos encanta tu estilo”*** o “queremos borrarte el cerete y hacer que te quepa el Titanic de lado con pasajeros y todo”****.
* Majo: que tiene los pectorales duros como piedras y que podría cortar cristales con los pezones o un culo respingón estupendo.
** Caer superbien: queremos que nos azotes con un bote de leche merengada.
***Encantar el estilo de alguien: querer ponerle mirando pa’ Cuenca mientras recita la lista de los Reyes Godos.
**** ¿En serio hace falta que explique esto?
Esto también sucede a la inversa, siendo uno solo el que intenta ligar con una pareja que alegremente revolotea en las puertas: “jo, qué buena pareja hacéis” (me lo quiero montar a muerte con vosotros), “tú tienes pinta de ser más romántico” (ergo cree que eres el pasivo de la relación), “el amor es genial” (aunque vaya de profunda y mística, ¿nos montamos un trío como Dior manda?), “él liga más, ¿verdad?” (en realidad me da igual, pienso tocarme pensando en los dos en cuanto llegue a casa) y cosas así.
No olviden mis depravados lectores que uno siempre corre el riesgo de llevarse a casa algo que no le llene demasiado y al día siguiente puedes acabar preguntándote por qué narices tuviste que adquirirlo cuando, en realidad, no te gusta nada de nada y su sola visión te pone los pelos de punta. No busquen el ticket: no se admiten devoluciones ni le devolvemos el dinero por muy insatisfecho que esté. No se indignen. Nadie dijo que la vida de barra de bar fuera El Corte Inglés. Y, sobre todo, no se engañen: tampoco es necesario copular por narices; ser del montón no implica necesariamente que haya que ponerse de rebajas, ni a las cuatro de la mañana ni a las doce del mediodía. Hasta para un triste polvo, hay que darse a valer. Y quien quiera, que se compre una hucha y, con paciencia, que ahorre.
Fuente: Universo Gay