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28 de julio de 2012

La supermegainteracción

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Gracias a los adelantos de la era moderna nos pasamos el día interaccionando con todo quisqui: que si el correo, que si el Facebook, que si el Twitter, que si el What’s up, que si el Grindr… ¿Y el ratito tan necesario para estar solos, con nosotros mismos, para cuándo? 

Que hay gente que no sabe estar sola es algo que todos sabemos. El que más y el que menos ha contado entre sus amistades alguna vez al típico o a la típica que encadenaba un novio/rollo/follamigo/muñeco hinchable tras otro sin cesar, como si no hubiera mañana, eludiendo la soledad a lo bestia. Uno, y otro, y otro, y otro… Cambiando de novio como el que cambia de bragas, con la misma naturalidad y desparpajo. De hecho, hay quienes todavía no han dejado al noviete actual porque, básicamente, no tienen otro en la recámara. Que es muy guay cuando te dicen:
Voy a dejar a mi novio. Pero cuando encuentre otro, claro. Mientras tanto le seguiré dando pollazos. Hasta que encuentre otra cosa, ¿sabes? Lo normal, ¿no? ¿Cómo voy a estar solo, tía? Hasta que no me traigan el recambio, voy tirando con el viejo, ¿sabes?

Pues esto, lo de estar solo, no es algo que pase con los novios, sino que se fomenta de manera general. De hecho, cada día que pasa los señores de las grandes multinacionales de la chupicomunicación se inventan maneras, aplicaciones, utensilios y cacharros varios totalmente novedosos para que estemos más conectados y más comunicados todavía. Piénsalo bien: hace quince o veinte años sólo hablábamos con el fijo de casa y eso cuando nuestro padre le quitaba el candado ese que le ponía porque decía que hablábamos mucho (ya ves tú, si apenas manteníamos conversaciones de seis horas de nada, a cualquier cosa se le llama "hablar mucho"). O veíamos a la gente cuando nos echábamos a la calle a dar una vuelta. Sin embargo, luego apareció el móvil, se extendió el uso del correo electrónico, se extendió el Messenger, se puso de moda el fotolog, los blogs, los perfiles en las páginas de contacto, llegaron el Facebook, el Twitter, el Tuenti, el Linked In, el Pinterest, el Youtube, el chat del Apalabrados, los maricones comenzaron a empezar el Grindr… Hasta llegar a una época en la que si no tienes Internet en el móvil tus amigos ni siquiera se molestan en avisarte para quedar. ¿Pero esto que mierda es, virgensantadelamorhermoso? Ya solo falta que Muerta Sánchez se ponga hablar de Economía.

Y es que adolecemos de una hiperinteractividad, una megaconexión constante. Estamos enganchados al flujo de contacto con otros. El otro día estaba yo en un bar… discotec… antro… tugurio… burdel… en una iglesia con una amiga bebiendo agua bendita y hubo un momento en que le tuve que meter el codo en el ojo para que me hiciera caso. La colega, mientras yo trataba de vivir el presente a tope dándolo todo rollo carpe diem, estaba pasando de mí y manteniendo a través de yo que sé qué aplicación de los cojones unas treinta y seis conversaciones distintas a través del móvil. “Es que no voy a dejarlos ahí colgados, sin responderles”, me decía. Animalica. 

Claro que esto pasa también por esa presión social que existe en torno al “te he enviado un mensaje y no me has contestado”. Hay gente que lo pasa verdaderamente mal cuando manda un what’s up y comprueba que aún teniendo los dos ticks junto al mensaje (ergo, el mensaje ha sido enviado y ha llegado a su destinatario) Fulanito no ha respondido. Hay gente que incluso se mete a testiga de Jehová del disgusto, no te digo más. No veas la que me montó el otro día un amigo porque decía que me había mandado un what’s up haciéndome una pregunta importantísima sobre cómo reventar espinillas con cuchillo y tenedor y no le respondí en los cinco minutos siguientes. 

¡Era un asunto superimportante, mi vida dependía de ello! ¡Es que me tenías que haber contestado, que para eso somos amigos!

Ya, maricón, pero es que como tú comprenderás yo no puedo (ni quiero) pasarme todo el santo día pegado a un móvil aparcando cualquier atisbo de vida corpórea pendiente de tus ocurrencias. Que no es que no me guste hablar contigo,válgame Dios, pero de ahí a dedicar absolutamente todo mi tiempo libre a comprobar si me has enviado un mensaje, me has mencionado en un tuit o me has puesto en el muro de Facebook cualquier gilipollez va un trecho.

Pero es que es así. Con esto de que ahora estamos conectados todo el tiempo a través del móvil, parece que uno tiene la obligación de estar disponible siempre, a cualquier hora y a cualquier momento para cualquier ser del planeta que esté aburrido y decida echar el rato. Que sí, que estar conectados es guay, abre muchas puertas y abre vías de comunicación, que el mundo es un lugar mejor y que todos tenemos que cogernos de las manos y hacer el símbolo de la paz para que sea vea desde el aire. Que no seré yo el que niegue las bondades de la era de Internet. Pero vamos a ver, coño, que si me mandas un mensaje y a los cinco segundos no te contesto no pasa nada, no se acaba el mundo, ni Madonna deja de sacar discos, ni encienden las luces en los cuartos oscuros, ni nada de nada. ¡Que lo mismo es que estoy ocupado echando un polvo, que ya si eso cuando acabe te respondo! Antes de limpiarme y todo, te lo juro, palabra de boy-scout. O, a lo mejor, que sé yo, me estoy tocando las bolas chinas y no me apetece hablar con nadie. Sí, sí, sí. Con nadie. Esas cosas pasan. 

Con toda esta vorágine de hiperconexión se nos olvida que las personas, así como tú y como yo, necesitamos estar solas de vez en cuando. Vamos, que viene bien. Y estar solo no es quedarte en casa tú solo, físicamente no acompañado, pero mantener una conversación con tu prima Puri por el chat de Facebook, otra con tu ex aquel que te hizo tanto daño por el Gmail, preguntarle a seis chulazos por el Gridr “¿eres pollón?” (con todo lo que ello conlleva) y estar enviándole un email a tu amiga Feldesponcia al tiempo que tus amigos están planificando las vacaciones del Puente del Pilar por el What’s up en un grupo a través del cual te llegan 167 notificaciones por segundo. Eso, por mucho que tú quieras, no puede considerarse estar solo. 

Con este ritmo interaccional pasa lo que pasa: que llega un momento que estamos saturados y obtenemos la impresión de que no disponemos de un mísero segundo para nosotros, tan necesario para procesar, pensar y dedicarnos un rato en exclusiva, que también nos lo merecemos.

Ya lo vaticinó Foucault cuando dijo que progresivamente estamos perdiendo la cultura del silencio y que el parloteo y la excesiva interacción iban a terminar por afectarnos de veras a la salud mental. Al evitar la soledad, evitamos estar con nosotros mismos. Y te digo yo desde ya, tía, que aunque el mundo exterior y los demás tienen muchas cosas que ofrecerte, el interior también mola mogollón. De vez en cuando habla contigo mismo y dedícate un rato, que aunque no te lo creas, estásmu’ faltico.


Fuente: Universo Gay

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