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30 de mayo de 2009

Un defensor del matrimonio gay podría ser el nuevo Schwarzenegger en California

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Gavin Newsom es el tipo de político que no pasa inadvertido. Tiene un currículo prodigioso: a sus 41 años, comenzó un negocio vitivinícola multimillonario, sirvió en el Consejo Municipal de San Francisco y fue electo dos veces alcalde de la ciudad. Tiene una colorida vida personal: tras divorciarse de una hermosa presentadora de TV, tuvo una aventura con la esposa de su director de campaña, lo que Newsom admitió antes de casarse con una actriz de 34 años. También tiene apariencia atractiva: alto, de dientes blancos, cabello largo, castaño y engominado. A pesar de ser heterosexual, blanco, rico y masculino, se las arregló para ser el centro de la política de San Francisco en los últimos cinco años. No es el tipo de hombre que uno olvidaría.

Pregúntele al californiano promedio lo primero que recuerda de Newsom, y lo más probable es que le diga cuatro palabras: “les guste o no”. Eso es lo que Newsom opinó del matrimonio homosexual: se daría en California, y el resto de EE. UU., les guste o no. Lo dijo en un discurso, poco después de que la Suprema Corte de California ampliara los derechos matrimoniales a gays y lesbianas. Pero sus palabras fueron captadas y sacadas de contexto en un aviso para el referéndum Propuesta 8, que sometió a votación eliminar el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio. Allí se enumeraba una letanía de males por venir: “gente demandada por sus creencias personales, iglesias perdiendo sus exenciones de impuestos, el matrimonio gay enseñado en las escuelas”. El aviso terminaba con el sonriente alcalde: “les guste o no”. Después de transmitirse en todo el estado, el anuncio tuvo un impacto decisivo. En noviembre pasado, la votación determinó que se prohibieran los nuevos matrimonios homosexuales en California (este martes 26, la Corte Suprema del estado convalidó la decisión). Y Newsom fue inmortalizado como el rostro de la militancia gay.

¿Cómo es que Newsom permitió que esto pasara? En 2003, cuando fue elegido como el alcalde más joven de San Francisco en un siglo, los líderes del partido lo tomaron como una estrella en ascenso, encaminado a una brillante carrera nacional. Pero luego pareció volverse loco. En 2004, antes del dictamen del Tribunal Superior, permitió que el Ayuntamiento otorgara licencias matrimoniales a parejas homosexuales, un acto que lo haría una celebridad nacional. En 2008, se opuso a la Propuesta 8, incluso después de que el anuncio “les guste o no” lo convirtiera en una atracción secundaria del debate. En una era en la que los demócratas se dieron cuenta de que pierden elecciones si hablan de Dios, armas y homosexuales, Newsom hizo de los derechos civiles de los gays “su” tema, una cuestión de principios por la que sacrificaría su carrera. Antes visto como un hombre joven y prometedor, Newsom se volvió un chiste para los demócratas, un hombre cuyo brillante futuro nacional terminó antes de empezar.

Pero Newsom no se ha vuelto menos ambicioso. El 21 de abril, anunció vía Twitter, YouTube, Facebook y MySpace su candidatura a la gobernación de California para 2011, en reemplazo de Arnold Schwarzenegger (al que suelen llamar “Gobernator”, por su papel en los filmes “Terminator”). Sus asesores dicen que su alta visibilidad en el tema del matrimonio gay será una ventaja en una primaria demócrata en la que una gran mayoría de votantes se opuso a la Propuesta 8. En caso de que gane la candidatura de su partido, Newsom afirma que su posición sobre el asunto va a atraer incluso a los votantes que no concuerdan con él. “Actúo según mis principios, sean populares o no”, confía Newsom a Newsweek. El tiempo juega a su favor. Sabe que los votantes jóvenes apoyan más el matrimonio homosexual que sus padres y abuelos. Y puede imaginar un momento en el que su concreción en los registros civiles ya no sea un problema.
No es el único. En la última década, la mayoría de los demócratas con ambiciones nacionales adoptó una posición retorcida sobre los derechos de los homosexuales: a favor de las uniones civiles, de los derechos totales y equitativos, pero en contra de “cambiar la definición de matrimonio”.

La postura refleja la percepción de que aun cuando los votantes podrían apoyar la tolerancia a los homosexuales, algo respecto a la palabra “matrimonio” los asquea. No obstante, una generación de demócratas más jóvenes de las áreas urbanas liberales rechaza este pensamiento. Newsom; Deval Patrick, gobernador de Massachusetts, y David Paterson, gobernador de Nueva York (y Eliot Spitzer antes de él) decidieron ahorrarse las acrobacias verbales y apoyar abiertamente el matrimonio gay. En su lucha para ocupar el escaño que dejó Hillary Clinton en el Senado de Nueva York, Caroline Kennedy dio pocas posiciones específicas sobre ciertos asuntos. Una excepción notable: la demócrata de 51 años apoya el matrimonio homosexual. Y punto.

Como lo demostró la derrota de la Propuesta 8 en la California demócrata, todavía hay muchos votantes moderados que no comparten su creencia de que el matrimonio homosexual es inevitable en Estados Unidos. Cuando se aventure fuera de San Francisco, el año que viene, Newsom descubrirá cuánto apetito existe en California por el activismo progresista, sobre asuntos sociales como el matrimonio y preocupaciones como los servicios de salud. En el año siguiente a la victoria histórica de Obama, California podría ser el primer y mejor lugar para ver cuánto cambio los votantes estadounidenses están dispuestos a asumir. El tiempo de Newsom como alcalde lo preparó para una lucha dramática. En enero, acompañó a un reportero de newsweek por Market Street, cerca del Ayuntamiento. La mayoría lo reconoció. Algunos lo adulaban. “Tengo que pedirle una foto”, dijo una mujer, “porque usted es el alcalde más sexy que vi”. Newsom sonrió para la cámara y objetó: “Todo es relativo cuando se habla de alcaldes”. Otros eran menos aduladores. “Hijo de p..., Gavin”, gritó un hombre en una esquina. “Desaparecé de mi vida”.

Sólo cierto tipo de político puede prosperar en este ambiente extravagante. Newsom no siempre pareció ser de ese tipo. Mientras crecía, luchó con la dislexia y dice que era tímido en situaciones sociales. Hijo de un eminente juez de apelaciones, irlandés y católico, de la ciudad, fue seleccionado para servir en el Consejo Municipal en 1997 en gran medida mediante un proceso de eliminación: los hombres blancos heterosexuales con conexiones políticas son difíciles de encontrar en San Francisco.

En 2003, se postuló para alcalde como un demócrata ortodoxo, lo que en San Francisco significa correr por la derecha. Su principal oponente, Matt Gonzalez, candidato del Partido Verde, advirtió que, como alcalde, Newsom marcaría el comienzo de una era de conservadurismo en la ciudad más liberal de la Costa Oeste. Un empujón de último minuto de parte de Bill Clinton ayudó a Newsom a ganar la contienda con una coalición de demócratas y republicanos moderados. Cuando asumió el cargo, en la ciudad se aseguraba que Newsom seguiría el modelo de su mentora, Diane Feinstein, ex alcaldesa y senadora de EE. UU., gobernando desde el punto medio y haciendo pocas olas.

Pero un mes después de jurar, el político demostraría una inclinación notable por la teatralidad. Tras la histórica decisión de Massachusetts, en noviembre de 2003, que legalizó el matrimonio gay en ese estado, los homosexuales californianos pidieron con insistencia a los políticos de su estado que tomaran medidas similares. Newsom respondió: ordenó otorgar licencias matrimoniales a parejas del mismo sexo, violando la ley de California. Cuatro mil parejas homosexuales recibieron licencias matrimoniales en la ciudad antes de que las cortes ordenaran un alto a las ceremonias.

El gesto audaz de Newsom lo puso fuera de sintonía incluso de su propio partido. En las dos décadas anteriores, el Partido Demócrata se había vuelto un hogar de facto para homosexuales, menos por lo que era que por lo que no era, o sea un Partido Republicano dominado por la derecha cristiana. Los homosexuales desarrollaron lazos estrechos con la dirigencia del partido, y firmaron grandes cheques para los candidatos demócratas, aunque el partido hizo poco para avanzar en la causa de sus derechos. La respuesta para los demócratas ortodoxos siguió siendo la misma: el matrimonio es entre un hombre y una mujer, siguiente pregunta, por favor.

Separarse de la ortodoxia dejó a Newsom en un páramo. La primaria presidencial de 2004 en California sucedió a menos de un mes de empezar los matrimonios renegados de Newsom. “Fui ‘tóxico’: ninguno de los candidatos se me acercaba”, recuerda.

Newsom tenía sus propios cálculos políticos. Abrazar el matrimonio homosexual de forma tan pública le aseguraría que nunca más tendría que darle pruebas a la izquierda de San Francisco. Aun así, la lógica de muchos amigos en el partido lo confundió. “Antes de asumir el cargo, todo mentor, todo funcionario elegido que conocía, me dio el mismo consejo”, recuerda Newsom. “Me dijeron: hagas lo que hagas, no transijas en cosas en las que realmente creés… Y luego, cuando seguí su consejo, se escandalizaron”.

Ese tipo de reacción al comportamiento de Newsom pronto se volvió la norma en San Francisco. En un período de dos años, se divorció de su esposa, Kimberly Guilfoyle, admitió una aventura, reconoció ser alcohólico, y aún así se las arregló para ganar la reelección con el 72 por ciento de los votos.

Pero no es un político ingenuo. A comienzos de año, el Consejo Municipal de San Francisco se reunió para elegir a un nuevo presidente. El resultado no estaba predeterminado. En una antesala, Newsom dio una predicción: “Será David Chiu; llegarán a un acuerdo”. Era contrario a lo que se podría pensar: Chiu, un concejal recientemente elegido, no había recibido un solo voto en las primeras tres votaciones. Los comicios siguieron. Hubo discursos apasionados. Al final, tras ocho votaciones, se anunció al candidato por consenso: David Chiu.

Los asesores de Newsom apuestan a que estos instintos hagan la diferencia en una larga contienda por la gobernatura. A un año y medio de la elección primaria, el campo demócrata ya se ve abarrotado por el fiscal general (y ex gobernador) Jerry Brown; el alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, y el vicegobernador John Garamendi como posibles candidatos. Newsom está lejos de tenerla asegurada. “Éste debería de ser un buen año para el partido”, dice un consultor demócrata californiano. “Pero hay la percepción de que Newsom es un tanto dramático, un poco divisor para que nos la juguemos por él esta vez”.

En caso de que gane la primaria, podría enfrentar a una atractiva candidata republicana, la ex directora ejecutiva de eBay Meg Whitman. Muchos republicanos californianos, que recuerdan cuán efectivo les resultó Newsom en la lucha por la Propuesta 8, saborean la posibilidad de enfrentarlo en la contienda por la gobernación. Aun así, los asesores de Newsom piensan que una competencia contra el último de los republicanos moderados podría enfatizar las mejores partes del mensaje progresista y actual de Newsom.

El mayor reto de Newsom en una contienda estadual será su imagen: demostrar que California está lista para los valores de San Francisco. En su asunto característico, cree que no es él sino sus colegas cautelosos quienes están fuera de sintonía. “Los demócratas tienen que ser cuidadosos, cuando van a cenas de admiradores de Jefferson y Jackson y hablan de sí mismos como el partido de los derechos completos y equitativos”, dice. “Enfocarse en el matrimonio deja en claro que hay un problema de integración”. Su campaña para gobernador no se enfocará en los problemas sociales, y en cambio va a enfatizar mejor su labor en San Francisco en cuanto a los servicios de salud y la reforma al sistema de jubilación. En su entrevista con Newsweek, levantó un paquete grueso, su agenda como alcalde para el próximo año. “El matrimonio gay no aparece aquí en ninguna parte”, dijo. Luego hizo una pausa y agregó, señalando su corazón: “Pero es fundamental; está aquí”. Les guste o no.








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