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29 de abril de 2011

Cuando el inconsciente te “traiciona”

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Muchos salieron del clóset, otros buscan el momento para animarse. Como venimos conversando en el blog, no es simple reconocer públicamente la homosexualidad…la sociedad no se lo hace sencillo a nadie. Digo esto para introducir la historia de Angela Mandel, una mujer que se contactó con Boquitas pintadas para compartir con nosotros uno de los momentos más importantes de su vida. También nos muestra su blog de relatos, en muchos casos de temática LGTB”

Les dejo su experiencia desde el lesbianismo…con nombre y apellido

Saliendo del clóset, por Angela Mandel

Sos adolescente, tuviste algunos novios pero lo tuyo con los hombres siempre fue platónico. Una noche soñás que una mujer gusta de vos. Te despertás asustada y desconcertada, pero en pocos minutos lográs barrerlo debajo de la alfombra y te volvés a dormir. Pasan los meses, pasan los años, los sueños se vuelven recurrentes, y te acordás de que cuando eras más chica también tenías alguno cada tanto, pero un tipo que daba charlas de educación sexual en el colegio explicaba que tener sueños homosexuales no implicaba ser homosexual, entonces no le diste importancia. El acercamiento físico con hombres te da un poco de miedo y las mujeres te resultan más delicadas, más suaves, más lindas. Por más que lo sigas negando y sigas intentando conocer a algún chico para ver si finalmente este te gusta lo suficiente, tu inconsciente es una olla a presión. Aunque te hagas la tonta, tu homosexualidad te tira de los pelos y te grita en la cara. Tu vida es una pesadilla de la que no te podés despertar. Nadie espera esto de vos. Ni tu familia, ni tus amigos, ni la gente con la que trabajas. Tu futuro nunca va a ser como siempre te lo imaginaste. Ni marido, ni casamiento, ni los hijos que tanto querés tener. Nadie te preparó para esto. Te odias, te deprimís, te abandonas. Tu refugio es la ficción, lo que no es tu realidad. Tus hermanos son más grandes y ya se fueron de casa. Tus viejos no sólo están lidiando con el inminente nido vacío, sino también con una hija que no habla.

Un día tu mejor amigo te da pie, y le contás lo que te pasa. Y por fin alguien empieza a transitar esto con vos. Al poco tiempo una chica en el trabajo te empieza a tirar onda. No te gusta particularmente, pero ella puede sacarte la duda. Entras un poco en el juego de seducción, avanzando y reculando, porque sabes que falta poco para que tu vida cambie totalmente y eso te aterra. Finalmente empezás a salir con ella. Estás muy contenta, porque ya lo afirmaste, basta de imaginarte una relación con una mujer, empezás a vivirla. Descubrís el sexo, lo experimentas como algo exquisito y no como un castigo. Descubrís la pasión. Pero la cosa no es fácil. Dormís seguido en lo de ella y ya no sabes qué inventar en tu casa. Te la pasas mintiendo. En el laburo contás que salís con alguien pero no podés dar más detalles. Vivís nerviosa. No comes, no dormís y tu nivel de ansiedad está por las nubes.

Por más que tu círculo íntimo de amigos te banque, te ayude y te acompañe, necesitas contárselo a las personas que siempre te guiaron, tus hermanos. Ellos manejan con muy poco tacto la primera conversación. Te dicen que es parte de tu rebeldía, que es una etapa, que tu homosexualidad es totalmente disfuncional dentro de la familia y que si seguís con esa boludez, les vas a cagar la vida a todos. Después de ese momento tan agradable, una te consigue una psicóloga y se aleja por seis meses. El otro también te habla lo menos posible. Y la más empática, balancea su shock con acompañarte y cuidarte como mejor le sale. Finalmente empezás terapia, no para que te curen, sino para que te ayuden.

Desde el principio tu nueva psicóloga te cae bien, confías en ella, y te gusta su forma de encarar el tema. No es fácil, pero empezás a entender algunas cosas y eso te alivia. Las conversaciones con tus hermanos empiezan a ser como reuniones de consorcio sobre tu sexualidad. Te dejan bien claro que lo peor que puede pasar, es que tus viejos se enteren (porque secretamente siguen pensando que pronto te vas a aburrir, como lo hiciste con todas las otras modas de las cuales fuiste parte). Y vos oscilas entre mandarlos a la mierda o ponerte a llorar y decirles que los necesitas.

Como tus papás empiezan a hacer muchas preguntas y blanquear no es una opción, tus hermanos decretan que lo mejor es que te mudes. A esta altura ya tenés 22 años, sos la menor y no estás muy acostumbrada a tener que ocuparte de cuestiones adultas. Así que aunque te mueras de miedo, te parece que lo que ellos sugieren es lo correcto. Y decidís alquilarte un departamento con tu mejor amigo, que también es gay. A todo esto, tus viejos ya no entienden si entre ustedes hay onda o qué. El tema explota, y una noche antes de firmar el contrato, terminas confesando. En el primer momento predominan los llantos, los besos, los abrazos y las promesas de amor ante todo. Al día siguiente te dicen que no lo cuentes mucho porque te vas a quedar sola, y que nadie más de la familia debería saberlo. A los dos días la buscas a tu vieja por la casa y la encontrás llorando en el baño por tu culpa. Esa imagen no te es gratuita. Nada de lo que estás viviendo, que se impone como una fatalidad absoluta, te es gratuito.

Te mudas, tener tu espacio te da un placer y una libertad infinita. Con tu amigo llevan una convivencia fantástica y se divierten mucho. Pero vos te seguís sintiendo una mierda.

La terapia avanza. Te das cuenta que siempre terminas cayendo en relaciones “enfermizas” porque, entre muchos otros motivos, te permiten no tener que salir enteramente del closet. Mientras no tengas algo serio, no tenés que mostrarte con nadie. Y además no tenés que llevar novia a la mesa de los domingos de tus viejos, eso sería terrible.

Te mudas sola y decidís empezar de cero. Juntas fuerzas y terminas definitivamente con la mina con la que, a todo esto, venías saliendo hacia casi dos años. Este es tu momento. De a poco empezás a respetarte. Conoces a alguien más. Tampoco es fácil, pero te das cuenta a tiempo y te escapas, y mientras duró, lograste disfrutarlo muchísimo. Te vas encontrando. Te vas afirmando como persona. Vas descubriendo lo que te gusta, lo que te apasiona, lo que tenés ganas de defender. Y si bien tantos años de represión y confrontaciones te dejaron un poco loca, también te fueron despertando una sensibilidad que a veces se sufre, pero que también te permite apreciar todo el doble.

Sola estás bien. No tenés mucho interés en conocer a nadie. Y alguien aparece. Se enamoran rápidamente. No hay otras historias, no hay conflictos, no hay mentiras.. Te involucras en un noviazgo muy serio y reconfortante que te llena de una felicidad y de una calma que desconocías hasta el momento. Al principio la interacción entre tu vida familiar y tu vida de novia, no es algo fácil, pero con el tiempo las cosas se van acomodando.

Te reconciliaste internamente con vos, con tus viejos, con tus hermanos. Entendés que si la homosexualidad no fuera un problema exclusivamente social, tu salida del closet hubiera sido tanto más fácil y menos traumática. Tu familia te hubiese acompañado de una manera mucho más relajada. Y aunque probablemente tus padres nunca puedan relacionarse de la misma forma con tu vida homosexual que con la vida heterosexual de tus hermanos, ya nadie va a poder derribarte lo que tanto te costó construir.

Salud!


Fuente: Boquitas Pintadas

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