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27 de mayo de 2011

El religioso gay que se sobrepuso a todo

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Cuando me contaron de Edgardo Heredia me dijeron que era un ser excepcional que valía la pena conocer. Proveniente de una familia muy pobre, pasó mil penurias, me dijeron. Se sobrepuso a todo cuando desde muy pequeño asumió su homosexualidad, lo corrieron de su casa y tuvo que empezar a arreglárselas solo. No terminó el colegio, no conseguía ningún trabajo en el pueblo por su mote de “marica”. Sin embargo, él tiene la impronta de quien es feliz, de aquel que recibió las condiciones que le fue imponiendo la vida como un desafío, como una prueba de fuego. La religión es hoy para él uno de sus puntales. Me acerqué a su casa, un departamento en Boulogne, para conocerlo.

Edgardo nos recibe sonriente. Se acomoda dándole la espalda a la pared espejada de su peluquería. Se excusa por el desorden. “Es la desventaja de tener el trabajo en el living de tu casa”, dice. Prende los tubos fluorescentes que enmarcan el universo de peines, tijeras y secadores; deja que su perrita Daila se trepe de un salto a su falda y luego se entrega a la conversación. No la intimida la cámara, más bien se concentra en el relato de su vida, que narra como una película que pasa por todos los climas: angustia, tensión, ausencia, pasión, castigo, alguna que otra alegría…

“Soy Edgardo Heredia, nací en San Antonio de Areco hace 41 años”, empieza presentándose. “Soy el último hijo de una familia numerosa. No tuve una infancia feliz, zafé como pude”.

Cuenta que es homosexual “desde siempre”. Y ya larga su primera anécdota. “Tendría 11 años y mi papá me llevaba a trabajar con él al frigorífico de lechones. Me enamoré de un compañero de él, mucho mayor que yo. Ahí asumí que me gustaban los varones”. Entonces, relata que demoró la salida del clóset hasta el final del colegio primario: “Me cuidé hasta el año siguiente por las cargadas de mis compañeros de grado”.

Luego, su convicción y osadía muy superiores a los 12 años que mostraba su partida de nacimiento, le permitieron asumir públicamente su homosexualidad pese a la mirada escrutadora de su familia y de todo Areco. “Cuando salíamos con otro compañero a bailar o simplemente íbamos caminando por la calle nos detenían por mariquitas, la policía nos llevaba por nada”, dice. “¡Uf…el tema del pueblo, de que no hablaran!”, acota y su declaración es como un suspiro, un no entender por qué todo tuvo que ser tan difícil.

Por entonces, a los 15 ya estaba viviendo solo; luego forma pareja con un “señor mayor” que lo ayudaba con sus gastos. No había podido empezar el secundario, ni estudiar un oficio y nunca pudo dar con un trabajo.

Un año después fallece su papá y Edgardo se acerca a su madre para proponerle venir a probar suerte a Buenos Aires, donde vivían algunos parientes suyos. Vinieron. No fue fácil. El estudiaba peluquería cuando al poco tiempo muere su madre: “Ahí sí ya me quedé completamente solo en la vida”. Tenía 19 años.

“Pasé las de Caín. Hubo días en que tomé mate con pan y había días en que no tenía pan. Pero son vivencias, son cosas, la calle te enseña”, reflexiona. Y sigue con su monólogo. “Conseguí trabajo en una peluquería, luego otra, no me salían del todo bien las cosas e iba cambiando”, sintetiza, aunque luego se explaya en las razones por las que su vida laboral no era color de rosa. La realización profesional la encontró hace unos 8 años, el momento en que pudo abrir la peluquería en su casa, el lugar que elije para desandar años de carencias en todo sentido.



Edgardo pensó que, al sentirse seguro en su oficio de peluquero, la vida tendría otro sabor. Sin embargo, la plenitud no llegaba. “Uno fue agredido mucho gratuitamente, eso te marca”, reflexiona como para sí. “Pero me juré que no me iba a dejar caer”. Sus dedos hacen una cruz sobre sus labios. Entonces, llegó la religión a su vida.

“Conocí a Alicia, una travesti y me hice a la religión, algo bastante ajeno a mí, que soy bautizado por decisión de mis padres”. Edgardo se entusiasma con esta etapa de su vida: “Me empecé a vincular a la religión Umbanda, me gustó porque se hacen trabajos espirituales en los templos y eso ayuda mucho a dar sentido a muchas cosas, a seguir un camino”, comenta.

Para él la religión es el espacio de la no condena, de la no exclusión. “No sólo no me discriminan sino que me escuchan por lo que tengo para decir; pasé de excluido a lider espiritual”, se enorgullece. Cuenta que por el tiempo de permanencia en la religión y por su comportamiento ya es pai de santo.

“Hay mucha gente homosexual en esta religión porque se sienten útiles, hay mucho respeto, nunca una agresión. Hoy siento que en la sociedad me dan otro lugar, por lo que soy y no por cómo me visto, por cuánto dinero tengo o por mi orientación sexual”.

Van dos horas de charla. Nunca faltan los temas, las historias complicadas propias o ajenas. No es fácil de sintetizar tanta vida mal vivida. De regreso, la camarógrafa que me acompaña se ilusiona con la posibilidad de volver a filmar a Edgardo: le gustaría verlo recorrer ahora de grande su Areco natal, o atendiendo a sus clientas en la peluquería, o yendo al templo, o participando de algunos de los rituales religiosos de cada viernes… Quizá algún día volvamos.


¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?





Fuente: Boquitas Pintadas

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