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18 de mayo de 2011

Una historia de crueldad y cobardía

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Comparto con ustedes un relato inédito del escritor Pablo Dema. Su gran tema es la crueldad, en este caso ejercida por alguien que encarna el verosímil machista (el Diez y el resto del equipo), y el remordimiento del narrador: ser cómplice de la crueldad y también ser un cobarde: se deja imponer un destino (la carrera de Agronomía) y oculta su sexualidad (nunca podrá decir en voz alta quién le gusta).

Una broma

Ahora que tengo más edad, ya no comprendo para qué decía aquellas palabras, para qué hacía aquella broma… (A. Chejov)


Cuando me fui a estudiar Letras a Río Cuarto todavía jugaba al fútbol en el club Belgrano, en Cabrera. Era del montón pero de rendimiento parejo, no faltaba a los entrenamientos y en los partidos las corría a todas; no por amor a la camiseta ni nada de eso sino por orgullo nomás. No me gustaba que me pasaran, a ningún marcador de punta le gusta que lo pasen.

Ese año, el `98, jugábamos por primera vez el provincial y la gente de la comisión consiguió plata para contratar a un delantero y un diez con experiencia. Ellos dos eran los únicos que cobraban. El delantero venía de Villa María y el diez, un tipo cerca del retiro pero todavía en buena forma, vivía en Río Cuarto y viajaba a Cabrera una sola vez a la semana para entrenar con el equipo y después iba los domingos para los partidos. Yo estaba entusiasmado con la carrera y no tenía intención de seguir con el fútbol, pero como al Diez se le había contratado un remís que lo llevaba a entrenar a Cabrera me propusieron que siguiera jugando, que viajara con él una vez a la semana y que el resto de los días saliera a correr para mantenerme en buena forma. Acepté menos por las ganas continuar una carrera deportiva seria que por seguir haciendo alguna actividad física y por no decirle que no al Pelado, que había pasado a ser algo así como el ayudante de campo, preparador físico y utilero en el equipo de primera pero que para mí seguía siendo lo que había sido cuando me inicié en el baby fútbol, una especie de tío solterón y algo tímido que los chicos que se iniciaban seguían adorando.

Así que los jueves me pasaba a buscar el remís y nos íbamos a Cabrera con el Diez (así lo llamaban todos) sentado solo en el asiento de atrás. El Diez hablaba poco, el remisero, en cambio, era muy charlatán y siempre contaba anécdotas de cuando era joven e iba a bailar “por la zona”, es decir por Cabrera, Deheza, Las Perdices. Hablaba maravillas de las gringas, que según él eran todas rubias y tenían la ventaja de tener campo así que significaban la salvación para todo pelagatos que iba a probar suerte a las confiterías bailables los fines de semana. En cada viaje el remisero añadía alguna anécdota, pero en general se trataba de grescas entre locales y visitantes por una chica muy codiciada; había, según él, varias muy lindas en la zona, pero la palma se la llevaba una que él llamaba la Ariana y que era de Las Perdices. Él, como todos, moría por esa mina y recordó que una vez tuvo un entredicho con quien el llamaba nuestro jefe: el Pelado era local y por eso se pensaba que la mina no podía ni arrimarse a ninguno de nosotros porque veníamos de Río Cuarto, dijo. Yo al Pelado lo conocía de vista, él ni se debe acordar de mí, de la que seguro no se olvidó es de la Ariana; hará cosa de unos dos años la vi, agregó el remisero, está más fuerte que antes; es el mismo caso que la Alfano, pasan los años y se pone cada vez más buena. Es contadora o economista, vive en Villa María pero da clases en Río Cuarto, en la universidad. Me lo comentó ella un día que me tocó llevarla a la terminal. Un hembrón, viejo, daban ganas de agarrar la ruta nueve y secuestrarla. Yo por una mina así largo todo, contaba el remisero.

***

Mientras lo escuchaba y le festejaba las ocurrencias, yo pensaba en mí, en si sería capaz de largar todo alguna vez por alguien; y también me acordaba de Víctor, el mozo del bar del club, de su secreto a voces, de los chistes que los jugadores hacíamos cuando lo veíamos llegar con la bandeja y en cómo algunos imitaban, exagerándolo, ese gesto tan suyo de niña ofendida.

La vez que el remisero dio todos los detalles de la tal Ariana, el Diez, que casi nunca participaba y que siempre parecía estar cumpliendo con un trámite molesto cuando iba a entrenar o a jugar a Cabrera, se mostró interesado por la historia y le pidió al remisero más detalles de la mina. El mismo jueves que el Diez pidió precisiones sobre Ariana, después del entrenamiento, escuché desde la ducha que le dijo al Pelado que una profesora de la universidad, colega de su cuñada, le mandaba saludos. Esta profesora sabía que él, el Diez, estaba jugando en Cabrera y entonces le dijo que ella conocía gente de ahí, que solía ir cuando era joven.

- Cuando le dije que vos eras el preparador físico del equipo me pidió que no me olvidara de darte sus saludos -dijo el Diez distraídamente.

- ¿De la universidad? ¿una profesora? -preguntó el Pelado.

- Sí, es una mina de unos cuarenta y pico, está bastante pero bastante fuerte, Ariela… Ariadna…

- ¿Ariana?

- Sí -dijo el Diez- me parece que sí.

Yo salía de la ducha y vi la cara del Pelado, tenía los ojos saltones todavía más fuera de las órbitas que de costumbre, como si no pudiera tragar saliva. Pero el Diez siguió vistiéndose y se hizo el desentendido así que todo quedó ahí. Más tarde, cuando salimos a tomar el remís, el Pelado estaba fumando en la vereda; nos despidió y le dijo al Diez:

- Así que profesora, che, ¿y andará viviendo por allá o…?

- ¿Quién? -dijo el Diez-. Ah, tu amiga, no sé, si la veo a mi cuñada le pregunto.

A partir de ese día en cada viaje el Pelado preguntaba algo y el Diez le daba, como al pasar, algún dato más y alguna señal de Ariana que le brindaba el remisero y que el diez modificaba a su gusto. Que vivía en Villa María, que viajaba a Río Cuarto los lunes y los jueves, (el Diez dijo que solía verla en la terminal adonde iba a tomar un café todas las mañanas), que tenía dos hijas, que se había separado recientemente y que siempre le hablaba bien del Pelado, que lo tenía presente, que se acordaba de la confitería Kebón (que ya cerró) y de los lomitos del bar Equus que está sobre la ruta y que todavía existe porque ella lo ve cuando pasa en el ómnibus.

Con el correr de las semanas los jugadores del equipo se fueron enterando de la joda del Diez y cada vez que el Pelado se le acercaba para hablarle en voz baja todos teníamos que hacer grandes esfuerzos para contener la risa; había algunos que se iban del vestuario a reírse afuera porque no se aguantaban. Un jueves, después del entrenamiento, el Pelado nos fue a despedir al remís y escuché que le dijo al Diez: consígame eso. Así, sin tutearlo. Y el domingo, cuando nos vio llegar, se le acercó enseguida: hace dos días que no duermo, llame a su cuñada y consígamelo. Entonces vi al Diez recibir el teléfono celular de manos del Pelado y hacer una llamada en la vereda, después anotó algo en un papelito que le dio al actual utilero y preparador físico de la primera, a mi viejo profe de baby fútbol, el Pelado.

Ese día ganamos uno a cero con un gol del Diez sobre la hora, yo aporté lo mío marcando de cerca al siete de ellos que prácticamente no la tocó. Después del partido la gente de la comisión nos pagó un asado y fue una de las pocas veces que hubo vino en abundancia. Estábamos en la sobremesa cuando el Pelado se levantó y salió a la vereda, a través de la puerta vidriada lo veíamos fumar y discar un número; el silencio que se hizo en la mesa fue tal que daba la impresión de que podíamos escuchar los sonidos de cada tecla del celular que el Pelado pulsaba. Cuando se oyó el tema de Coldplay programado para dar aviso de llamada entrante en el teléfono de Víctor y cuando vimos a Víctor atenderlo el bar entero estalló en una carcajada. Por un instante el Pelado y Víctor quedaron enredados en la confusión e insistiendo en un intercambio que los sumía cada vez más en el desconcierto. Pero soy yo, Víctor, decía el mozo, qué te pasa Pelado, soy yo, estoy acá. Cómo que qué quiero, si me estás llamando vos, lo increpaba mirándolo a través del vidrio. Y entonces otra vez la risa, y una tercera carcajada cuando el Pelado volvió al salón y terminó de entenderlo todo.

***

Al final del año el Diez se lesionó y dejó el fútbol, yo seguí en la universidad pero al año siguiente me cambié a Agronomía para darle el gusto a mis viejos. Entonces vino el estudio en serio y casi ya no volví al pueblo. Con el Pelado no tuve más trato pero a veces sueño con él. No lo veo en el banco de suplentes dando instrucciones, no lo veo enseñándome a pegarle a la pelota en la canchita de baby fútbol, no lo veo tampoco bailando en Kebón con Ariana. Simplemente está discando un número y esperando. A veces el sueño se repite varias veces en la misma noche: el teléfono suena en una casa vacía, nadie atiende, nadie se despierta; de fondo, una risa grotesca y desgarrada que no se detiene.




Fuente: Boquitas Pintadas

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