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27 de julio de 2011

Cumbia igualitaria

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A pocas cuadras del Obelisco, la noche porteña presenta el primer reducto para chicos y chicas desprejuiciados. Nada de música electrónica ni discriminación.

En la entrada hay algunos chicos charlando con un hombre de seguridad, pero no hay cola. El patovica registra los bolsos y permite el acceso a una escalera que desciende hasta una boletería, cuya caja no está protegida por paredes o vidrios como las de muchos otros lugares. Son quince pesos por persona. Después sólo queda atravesar unas cortinas a la derecha para ingresar a Cerrito. La cumbia se hace presente al instante, pese a que es temprano y todavía hay poca gente. Camperas y zapatillas deportivas, algunas camisetas de fútbol, chombas y muchas gorras con la visera hacia atrás son las vestimentas que predominan. Esto incluye a las mujeres que, en su mayoría, usan el pelo corto. Hay distintos grupos, algunos se distraen jugando con unos videojuegos viejos. Otros están en el centro, cerca de la barra, y también, en unos sillones enfrentados al miniescenario donde, de fondo, hay una pantalla gigante que proyecta el muro de Facebook del lugar, donde más tarde todos irán subiendo a través de sus celulares lo que va pasando en la noche. Pocos minutos después aparece Shiva –un actor transformista que se ocupa de animar las fiestas de Cerrito– y anuncia el comienzo de la noche: “Este lugar es cien por ciento cumbia, cien por ciento gay”.

“Trabajo acá hace un año, casi desde que empezó, yo venía de trabajar en Niceto, en fiestas electrónicas, en teatro de revistas, es un cambio total –cuenta Shiva, ya abajo del escenario–. Desde la música, no conocía mucho de la cumbia villera, hasta el trato, no estaba acostumbrado al ‘face to face’ con la gente. Son más cariñosos, expresivos, superpasionales y realmente aman lo que les gusta, la música la defienden a muerte. Hay una especie de alianza, desde el lado del personaje tienen cierto amor y hasta fanatismo conmigo, me traen chocolates, cartas, me cuentan cosas privadas, soy una persona que mueve mucho, tengo que animar la fiesta, que levantarla. Pero también vienen a contarme problemas íntimos, de familia, de pareja, románticos, sexuales inclusive, ya que algunos no han tenido sexo.” Mientras habla, Shiva camina en dirección a unas escaleras a la izquierda del local. Bajando están los baños y también una pequeña oficina donde están las dueñas.

Aparece Karina, una de las creadoras de Cerrito, y comienza a explicar cómo surgió este lugar: “Es un proyecto que arrancó con un par de cumpleaños, pero vimos que había un público diferente, atraído por la música: la cumbia. La casa de por sí tiene una identidad, nos movemos en el ambiente gay, nosotras las dueñas del lugar somos pareja y medio que nos comunicamos con ellos desde ese lado. El estilo convocó una determinada clase social que tal vez no esperábamos. Vas a ver a los chicos y decís: ‘No parecen gays’, pero después de un par de horas van a estar abrazándose, besándose, o peleándose con sus parejas, porque acá la vestimenta no significa que su diversidad no la llevan adentro. Somos el primer lugar de este tipo en Capital Federal”.

–¿Afuera tienen las mismas libertades?
–Yo creo que no. Acá vienen con sus mismas vestimentas, cortes de pelo y gorritas. Pero acá son más libres y no son tan discriminados como en sus barrios. Es gente que en su mayoría no es de Capital y que viene de muy lejos, de zona norte, de zona sur, la mayoría tiene dos horas de viaje, fácil. Otros vienen acá y se descubren. Hoy en día la cabeza de la gente está más abierta, pero en la clase social baja cuesta mucho por ahí mostrarse.

A eso de las dos de la mañana, en Cerrito hay mucha más gente y es más difícil caminar. Las personas llevan jarras llenas de cerveza con granadina, sangría, tragos de colores y baldes con hielo que enfrían vinos espumantes. Shiva se acerca a un costado de la barra, cerca del sitio donde está el DJ, con dos chicas, una con una gorra con la visera hacia atrás y la otra con una camiseta de Argentina. “Soy amiga de Cumbio y bueno, por eso empecé a venir. Antes no había nadie pero se empezó a llenar. Ahora además hay mucho chamuyo”, dice Belén, de Capital. “Es recopado el lugar, caí con una amiga una vez y es lo mejor”, acota Tamara, de 18 años, de Merlo.

–¿Cómo encaran?
–Se manda a un amigo a preguntar. Y si te gusta mucho, vas de una y le decís: “Hola bonita, ¿sos ‘paky’?”.

Mientras las chicas terminan de hablar, un grupo de muchachos se acerca a la cámara y piden una foto al grito de “Aguante Lomas” y aclaran: “Nosotros levantamos pibas acá, eh”. También del sur, aunque un poco menos alejado, está Ángel, de 18 años, llegado desde Florencio Varela con dos amigos: “Vengo siempre. Desde febrero, el ambiente y la onda son distintos. Hace poco se enteró mi mamá y me dijo que me va a querer igual. En el colegio no saben, no me da la cara para decirles, pero tampoco me interesa si lo aceptarían o no”. Uno de sus amigos, Matías, también frecuenta Cerrito: “Lo conocí por Facebook, la gente del lugar es buenísima y me divierto siempre que vengo. En Varela todos saben y de discriminación nada, recopado. Aunque a mis viejos no se los conté, no me da miedo que se enojen pero capaz que puede ser una decepción, o no sé”, termina de decir ya posando junto a sus dos amigos para la foto.
“Estoy haciendo una campaña contra la homofobia y me he encontrado con chicos que siendo gays tenían fobia. Es superimportante y me agrada poder contribuir a una buena formación gay –cuenta Shiva–, yo estoy acostumbrado a una movida gay de nivel económico mucho más alto y acá me encuentro con chicos de Longchamps, de la Villa 31, de la villa de Barracas. Es como otro estilo de comunidad gay. Acá tienen en claro un montón de cosas, hay menos histeria y eso es bueno. Hay hasta menos discriminación, si uno de ellos va a otro lugar lo discriminarían, pero cuando viene otro acá es bien recibido. Chicos de Palermo y de Recoleta, que se disfrazan en cierta forma de esta nueva onda muy de moda, para sentirse adaptados. Si van con la misma ropa a Niceto estarían fuera de lugar o se sentirían incómodos.”

Dos muchachos acaban de atravesar las cortinas y se saludan con mucha gente. Uno de ellos, Maximiliano, acepta hablar a condición de salir en una foto: “Soy de Once y hace dos meses que vengo acá. En mi casa conté que soy gay a los 14 años y está todo bien, igual que todo el resto de los que yo conozco acá”. Con él entró Martín, conocido como Chucky: “Vengo desde el año pasado. Lo elegí porque tiene buena onda, son todos más buenos y más piolas. Además la música es la mejor. Aparte salí elegido como el más lindo del lugar. Vienen y me dicen que soy muy lindo, que soy alto rubio”. A pocos metros, de vuelta en el lugar donde están los videojuegos, contra una columna, hay dos muchachos besándose, uno de chomba roja y el otro con una campera blanca de nailon. Uno de ellos cuenta: “Nos conocimos por Facebook, hace casi un mes que estamos juntos. Vinimos a ver qué onda y está rebueno. Lo elegimos por la gente y por la música. Además, acá la condición de nosotros es más aceptada”.

Por los micrófonos Shiva anuncia que están en el lugar Alejandro y Luz, ex participantes de Gran Hermano. Los chicos comienzan a rodearlos y quieren acercarse con cierta desesperación. Son casi las cuatro de la mañana, es hora de partir.




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