
Saliendo de la ducha, me llamó mi amiga Violeta, una de las primeras amigas españolas que hice cuando llegué a Madrid. Cuando la conocí, todavía estaba soltera, pero ahora estaba ya casada con un médico machista y, seguramente, mujeriego. Era divertida cuando quería, pues era más cambiante que la luna. Su vida era todo un drama, por lo que yo la llamaba “Drama Queen”. Siempre que me llamaba era para contarme algo nuevo, y siempre se superaba a sí misma. En esta ocasión me llamó muy nerviosa y me dijo que teníamos que vernos con urgencia porque tenía que contarme algo que era muy posible que cambiara toda su vida para siempre. Yo, que ya estaba acostumbrado a sus altos y bajos, optaba por seguirle la corriente sin exaltarme demasiado, que no me gusta ponerme muy nervioso.
Violeta es una chica dos años mayor que yo, muy hermosa, con unos inmensos ojos azules que contrastan con sus oscuras pestañas largas y sus cejas pobladas. Tiene una sonrisa fácil, y un llanto más fácil todavía. Como tenía tendencia a que le crecieran las caderas más de lo normal, no comía casi nada. Lo más contundente que le vi comer fue un gran plato de lechuga con vinagre balsámico, lo que para ella ya era mucho.
Quedamos en vernos esa misma tarde a las cinco en un café de Chueca. Terminé de vestirme mientras escuchaba una antigua canción de un trío de chicas ochenteras, “Objetivo Birmania”, que me decían: “¡Vaya lío! Los amigos de mis amigas son mis amigos”. Mientras hacía la coreografía de la misma manera en que ellas lo hicieron muchos años atrás, comencé también a cocinar unas lentejas que había dejado antes en remojo.
***
A la hora establecida, yo esperaba a Violeta sentado en el lugar acordado. Como ya la conocía bien, sabía a la perfección que la puntualidad no era una de sus mayores cualidades, así es que la esperé leyendo una de esas revistas gays que se reparten en los cafés y tiendas de Chueca. Me tomé dos cafés mientras ella llegó con veinte minutos de retraso, agitada y haciendo una de sus entradas con cara de mujer estresada que tiene siempre que correr de un lado a otro. Me saludó con dos besos en la mejilla, se excusó por no llegar a tiempo y se sentó tomando la carta de cafés.
-Siempre veo la carta, y no sé para qué lo hago si acabo pidiendo siempre lo mismo.-Me dijo. El camarero se acercó y, sonriendo, Violeta le pidió un té rojo sin nada de azúcar. Luego me miró y me dijo que el té rojo ayudaba a adelgazar y a quemar grasa. Yo la miraba divertido.
-Todavía no entiendo esta manía de los gobiernos de prohibir que se fume en los lugares públicos.-Me dijo.
-Pues los que no fumamos sí que lo agradecemos, que ya mucho que hemos soportado. Bueno, pero cuéntame ya qué es lo que te pasa, Viole, que me tienes preocupado. No me digas que tu marido te está dando problemas.
-¿Diego? ¡Para nada! Él se la pasa trabajando y está ajeno a lo que me sucede a mí en estos momentos. Tengo tres noches sin dormir y no sé qué voy a hacer, amigo, necesito tu consejo experto.
-Soy todo oídos para ti.-Me acomodé para escucharla porque ella era de las que daban eternos rodeos y muchos detalles antes de llegar al meollo del asunto. Veía que esto iba para largo y por eso pedí otro café. A ese ritmo con los cafés, el que iba a necesitar tranquilizarse era yo.
En resumen, me contó que una compañera suya del banco en el que trabajaban, la había invitado a salir y la había besado. Que siempre la había tratado muy bien, pero que nunca se imaginó que esa chica podría tener otra intención que una simple amistad con ella. Pero que lo peor de todo era que le había gustado ese beso, que lo había disfrutado mucho más que los besos de Diego, y que estaba ansiosa por repetirlo. Que no se atrevía porque no quería serle infiel a su esposo, y sobre todo porque nunca antes había tenido una experiencia de carácter cercano con otra chica en toda su vida.
-¿Se han visto de nuevo?-Le pregunté.
-No, porque esto fue el viernes, y hoy llamé al banco alegando que estaba indispuesta y que no podía ir. No sé qué hacer, no me atrevo a verla. Ella no me ha llamado y yo tampoco. Sabe que estoy casada y me imagino que lo respeta. Pero me he pasado todo el fin de semana sin dormir, y hasta con un poco de diarrea, mira cómo estaré de angustiada.
-¡Pero no puedes dejar de ir a trabajar por ésto! Tienes que dar la cara, Viole. Habla con ella, dile que estás enamorada de tu esposo y que no se haga ilusiones contigo.
-Es que no entiendes, Jorge Alfredo. Yo quiero que se haga ilusiones conmigo, quiero que me bese de nuevo, deseo volver a sentir sus labios sobre los míos.
-Entonces estás en un problema muy grave,-le dije y no pude evitar el sonreír.-Tantos años siendo lesbiana y no lo sabías.
-No te burles, que esto es muy serio.
-A ver, Violeta, lo primero que tienes que hacer es saber qué es lo que quieres en realidad. ¿Seguir con tu marido o empezar una vida nueva con otra chica? Para eso, tienes que verla de nuevo, tal vez hablar con ella. También tienes que sincerarte contigo misma, meditar, pero sobre todo lo que te está ocurriendo, enfrentar la situación, a esa chica y a ti misma. ¿Cómo me dijiste que se llama ella?
-Belén. Es muy hermosa, simpática, alegre, inteligente, sociable. Me encanta. Bueno, también es muy joven, tiene diez años menos que yo.
-¿Veinticinco años? ¡Es una niña!-Exclamé.
-Hoy en día los niños saben mejor que nosotros lo que quieren y cómo conseguirlo, eso te lo aseguro.
-Pues mi consejo es ese, Viole, ve a trabajar mañana y habla con ella. Pero como te digo, piensa bien lo que quieres hacer con tu vida.
-¡Mañana mismo empiezo clases de Yoga! No puedo seguir con este estrés que va a acabar con mi vida, con mi tranquilidad, y con mi cutis de muñeca de porcelana.