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30 de marzo de 2012

Viejo y solo

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Todos pensamos que nos enamoraremos y terminaremos casándonos con el hombre de nuestros sueños. Pero el tiempo pasa, nos va como el culo en el amor, las catástrofes emocionales se acumulan y llega el pánico: vemos un futuro en el que estamos viejos, solos y rodeados de gatos. El D.R.A.M.A. en estado puro.


Las personas no podemos dejar de imaginar el futuro. De hecho, buena parte del presente se nos va tratando de vaticinar lo que será nuestra vida dentro de unos años. Y es normal, si es que no nos dejan en paz, todo el rato con pensar en el mañana, qué pesados. Que si las pensiones, que si El Tiempo (que en algunas cadenas te ponen la previsión desde mañana hasta el día del Juicio Final, chispa más o menos), que si Madrid 20012, que si la crisis se terminará en el 3016... Desde que somos niños, nos preguntan hasta la saciedad qué queremos ser de mayores, y uno contesta que "veterinario", otro que "periodista", otro (muy agudo, taco de ambicioso) que "alto" y el más listo de todos que "político" (este es el que no saca ni un aprobado, pero el que mejor se lo monta al final, te lo digo yo desde ya).

Cuando crecemos, nos cambia la voz y todo eso, se nos ponen las partes bajas negras y maduramos (lo que hacen los aguacates pero en el cerebro) nos imaginamos siempre un mañana de ensueño con pareja, con alguien, con un novio, una media naranja, con otra persona. Por otra persona hemos de entender un ser de carne y huev… hueso dispuesto a querernos y a hacernos felices. Vamos, que nos imaginamos el amor con un novio en condiciones: alto, guapo, fuerte, pollilarg… inteligente, y un extenso etcétera. Algunas veces hasta nos imaginamos vestidas de novia, en un altar y un ramo de flores, mientras nuestros familiares nos miran felices (sin pensar en lo maricones que somos), un anillo de diamantes brilla encima de un cojín y Madonna (nuestra madrina) nos da la enhorabuena y a continuación nos deleita con el primer single de su nuevo disco (el trigésimo cuarto de su carrera), esta vez de tecnorancheras mix, con el que alcanza triple disco de diamante en Córcega y llega al número uno en todas las listas, hasta en la de libros de no ficción.


Lo que ocurre es que esto de encontrar a nuestro hombre ideal no es tan fácil como creemos. Qué va, ¿eh? Es más complicado que hacer la carrera de Física Cuántica por correspondencia. Vamos, que uno no sale a la calle y se lo encuentra de repente al doblar una esquina, en la puerta de un cine o en la sección de congelados del Mercadona, como nos cuentan muchas pelis de la tele y otras historias. Qué va. Aunque se intenta, y mucho: uno sale por ahí de bares, se mete en chats, se hace un perfil cada dos clics, escribe a los anuncios del Teletexto, pone mensajes en la revista Superchuli, pone cara de persona receptiva en los parques, en los cines, en los conciertos y en los baños del Carrefour y… Nada. El ser mágico y especial, nuestra amorcito, no llega. 


Total, que a uno se le va desinflando la desilusión a medida que va besando ranas (y es que, hija, si no fueras tan puta… Que aparte de las ranas, besas a los patos, a los saltamontes, a los escarabajos, a los nenúfares, al lago completo y hasta a las matas del camino, por si suena la flauta) y al final el sueño de amor se termina convirtiendo en una pesadilla: uno no puede evitar ver un futuro negro como el sobaco de un grillo en el que envejece solo, en plan ermitaño, sin relacionarse con nadie, hablando consigo mismo en un idioma extraño y rodeado de gatos como única compañía, como la famosa loca de Los Simpson que va tirando mininos a todo el que se le ponga por delante. (Jo, tía, lo que disfrutaría yo tirándole un par de gatos a Melendi, a ver si se le enredan en el pelo o algo y le dañan la capacidad de hacer canciones…). En vez de boda hay un funeral, al que, claro, no asistiría nadie, salvo Madonna, que cantaría el primer single de su nuevo disco (el quincuagésimo noveno de su carrera), esta vez de cantos gregorianos y saetas andaluzas, el cual no llegaría ni a disco de cartón pluma. En suma, un drama: como no eres capaz de encontrar a un mariquituso que te llene, el hombre de tu vida, tu futuro es morir viejo y solo (viejo y solo, viejo y solo, viejo y solo… en plan eco, como en las películas). Y cuántos más intentos fallidos tienes, más cerca te ves de ese triste final. Oh, my gold, nunca lograré encontrar el amor, moriré solo y no encontrarán mi cuerpo hasta que haya sido medio devorado por las hormigas. No le importaré a nadie.


Ante esta situación, tan cotidiana como cualquier otra, amiga piscis, una de las reacciones más usuales que se desatan es el terror puro y duro. Claramente, a nadie le apetece vivir ese panorama (no por lo de envejecer solo, sino por lo de ver a Madonna fracasando), así que una mañana te miras al espejo en pleno estado de pánico y con el primer gato restregándose contra la pantorrilla te decides: “Me voy a buscar un novio como Dior manda con el que cumplir mi sueño de casarme de blanco, con velo y todo. Me van a tirar unas peladillas así de gordas”. Y te pones manos a la obra con el objetivo bien clarito: buscar un hombre que moje tus sábanas blancas.

 
Para conseguirlo, claro está, se hace lo que sea y casi cualquiera con un colgajo en la entrepierna es válido para ocupar la plaza de marido. Por esto, querida lector, hay mucha gente suelta por ahí que, desbocada, está a la búsqueda y captura de un novio y se toma esto de las relaciones personales como una especie de “he salido a por leche y cualquier marca me vale” (cómo va a ser lo mismo la leche del Hipercor que la del chino, si es que…), o lo que es lo mismo, cualquiera dispuesto a hacer las veces de noviete y estar conmigo me sirve. Da igual como sea, como piense, como opine, como hable y como la chupe; con que quiera tener un noviazgo vale. Básicamente, la persona es válida mientras quiera estar con nosotros y, por ende, nos ayude a evitar ese futuro de viejo rodeado de gatos plantando nabos en un huerto. Algunos consiguen casarse o ennoviarse de por vida con el primero que pasa para rellenar el hueco (je), pero raras veces son felices. Es lo que tiene emparejarse con cualquiera. Y es que hay algo peor que estar viejo y solo y es estar viejo y sentirse solo estando acompañado. Y todo para evitar un futuro que ni siquiera sabemos si existe. La pera.


Está claro que todos tenemos una idea de cómo van a salir las cosas. Nadie sabe lo que va a suceder ni cómo vamos a terminar. Pero es una soberana tontería resignarse y conformarse con una imitación de lo que deseamos sólo porque no aparece cuando queremos. Es una chorrada estar con alguien por no estar solo, por estar, por miedo a que nadie nos quiera o por miedo a no encontrar a alguien de quien enamorarnos; quedarnos con algo, lo que sea, con tal de no quedarnos con las manos vacías. Es mucho más sano dejarse llevar y aprovechar las oportunidades de verdad que nos vayan surgiendo, esas que se aproximen a lo que deseamos de veras, a lo que merecemos, por muy complicado que sea encontrarlas. O sea, VIVIR, con mayúsculas, porque cada vez que nos resignamos, acostumbramos o conformamos morimos un poquito. Y yo que sé, que tampoco hay que preocuparse tanto de tener o no tener pareja, que no es la cosa más importante del mundo, que hay otras cosas, que hay que relajarse y disfrutar.


Y, como mucho, intentar que en ese futuro, tanto si se trata de una boda hiperfeliz como si es un funeral nos acompañen, además de Madonna, unos cuantos buenos amigos. Preocuparse por anticipar otra cosa es tontería.



Fuente: Universo Gay

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