
—Jo, tía.
—¿Qué te pasa, tía?
—Nada, que me he vuelto a pelear con el Kevin.
—¿Otra vez? Qué barbaridad, tía. Pero si ya van 87988 veces hoy…
—Sí, es que últimamente no paramos de discutir. Siempre estamos igual. Nos peleamos por todo. Esta vez nos hemos matado vivos por la última patata del plato.
—Jo, tía, qué drama, ¿no?
—Ya te digo. Al principio, cuando empezamos hace cinco años no era así. Pero es que desde hace unos cuantos meses para acá nos va fatal. Fíjate, que yo creo que me he desano… desenoma… desamonarado… que ya no estoy enamorada.
—¿De verdad? Qué fuerte, qué mal.
—Sí. Y él tampoco está ya enamorado de mí. Lo noto. Ya no nos queremos. Se nos rompió el amor de tanto usarlo.
—Entonces… ¿lo vais a dejar, no? ¿Voy preparando la botella de tequila?
—Qué dices, tía, con la de tiempo que llevamos juntos ¿cómo lo vamos a dejar? Seguiremos, claro. Si rompiéramos ahora sería como tirar todo el tiempo que hemos estado juntos y todo el esfuerzo por la borda. Tenemos que seguir juntos.
El amor se acaba. Ohhhh. Así es. Del mismo modo que el amor está en todas partes y que las nubes cantan y los pajarillos se levantan, el desamor también está en el aire y son muchas las parejas que se ven abocadas a un mar de infelicidad.Esto pasa muy a menudo, ¿verdad, querida lectora? Si no lo sabes por ti, seguro que te haces una idea por la cantidad de veces que has aguantado a tu amiga coñazo dándote la chapa porque lo ha dejado por enésima vez con su noviete con el que lo deja y vuelve cada vez que se cambia de bragas. Es muy moda, muy tendencia. El ejemplo con el que hemos empezado el artículo de esta semana es de lo más frecuente: parejas que están juntas a pesar de que admiten (sea abiertamente o sus miembros de manera individual y en la intimidad, ante el espejo del cuarto de baño) que ya no se quieren y que ya no están enamoradas pero que aun así continúan manteniendo una relación. Aunque se pasen el día de gresca y salte a la vista que están muy lejos de rozar siquiera la felicidad.
Seguramente tú, que eres un alma inquieta e inteligente, te estarás preguntando qué hace que esas parejas decidan estar juntas aunque entre ellos ya no haya amor, ni enamoramiento y si me apuras casi ni respeto. En los tiempos antiguos franquistas (a los que vamos a volver rápidamente sociopolíticamente hablando en cuestión de un par de pedos más de la Merkel) los matrimonios eran para toda la vida y lo del divorcio era una cosa muy mala, un invento del demonio que se no se podía permitir.Por ello, la gente se casaba y era para toda la vida, soportando el lastre de un matrimonio fallido forever enever y sin más remedio. Sin embargo, hoy las cosas no son así y somos mucho más libres para darle una patada al ojete al que haya sido nuestro novio porque hayamos descubierto que ya no nos mola y que la relación que tenemos con él no nos lleva ni a comprar un cupón de los ciegos en el quiosco de la esquina. Ya no hace falta pasar toda la vida con alguien a quien ya no queremos, aunque eligiéramos en su momento estar con esa persona. ¿Por qué sigue entonces la gente empeñada en anclarse a una relación sin futuro?
Hay un concepto muy estupendo y del que se habla mucho en Psicología: se trata dela falacia del precio pagado. Imagina que inicias un libro de 187678678 páginas. Y cuando vas por la 134 te empiezas a dar cuenta de que es un coñazo insufrible. Pero sigues. Y sigues. Y cuando llevas 568 páginas y las estás pasando canutas te planteas: ¿Y si dejo esta mierda de libro y me pongo a leer otra cosa, como por ejemplo el libro de este chico tan majo que escribe en Universo Gay y que se llama “Entrada + Consumición”. Seguro que es mucho más entretenido y me encanta tanto que pienso que el autor es un semidios y le ingreso todo mi dinero en su cuenta. Pues bien, esta situación, de lo más cotidiana, se alarga hasta lo insospechado y hay gente que es capaz de aguantar todo el pestiño de libro porque ya que lo ha empezado y ha invertido tanto tiempo no lo va a dejar a medias… Cuando en realidad, lo único que hacen es convertir algo que debería ser divertido y ameno (leer) en un sufrimiento únicamente comparable a ver a tus amigos bailar la canción del Michel Teló ese (Nosa, nosa, así bosé me mataaaaa… jfdhaskjfhjkdfhjkdhfjkd*).
*Espumarajos por la boca.
O, por ejemplo, imagínate que te llama tu amigo Jacinto, un chico que conociste en tu más tierna infancia, a los diez años, jugando al tenis y que te ponía jachondo perdido con esos pantaloncitos que usaba. Luego fuisteis muy buenos amigos. Pero las cosas cambian, la gente crece y evoluciona (algunos más que otros) y ahora resulta que quedar con Jacinto es la cosa más tediosa del mundo y te apetece tanto como arrancarte las uñas de los pies a mordiscos. Y, a pesar de todo, quedas, aunque ya no te aporte nada, haces el esfuerzo. ¿Por qué? ¿Para qué? Fuisteis muy amigos, pero ya todo eso pasó y se acabó y ahora tenéis tanto en común como la Pantoja y Bob Dylan. ¿Por qué mantener una relación que ya no te aporta nada, que se ha convertido en una obligación y en una especie de coñazo? ¿Porqué sí, por costumbre, por el tiempo pasado?
Trasladado a las relaciones de pareja, cuando llevamos mucho tiempo intentando ser felices con una persona, continuamos con ella aunque eso nos produzca dolor y sufrimiento. El esfuerzo empleado hasta el momento nos parece lo más importante y creemos que si abandonamos, no habrá servido de nada haberlo intentado.Ya te digo, para qué mierda he estado yo diez años intentando que Feldespato me quiera si ahora voy a coger de buenas a primeras la puerta y voy a pasar de él. Y es curioso, porque, a lo mejor, si dejo a Feldespato me topo por la calle con un doble de George Clooney (pero con más dinero y con la polla más gorda) con el que congenio perfectamente y me convierto en el bujarrón más feliz de la faz de la Tierra. Pero como yo he estado diez años luchando por el Felde, aquí voy a seguir, a pie del cañón, aunque cada segundo de mi vida a su lado sea un infierno. Irme ahora, después de diez años sería una tontería, tirar el tiempo y el esfuerzo por la borda…
Y es que somos muy chulos, y cuando tomamos una decisión somos capaces de hacer cualquier cosa, incluso de destrozar nuestra perspectiva de futuro, con tal de justificarnos y de no admitir que nos hemos equivocado o que hemos fracasado en la empresa que hemos emprendido. Cómo voy a dejar yo al Felde, si fui yo el que le pidió salir y el que le pidió la mano delante de toda su familia. Eso sería admitir que me equivoqué, que me he estado equivocando todo este tiempo y, además, que he fracasado en esta relación. Mejor que admitirlo es ser un desgraciado, está claro. Donde va a parar…
Lo que digo es que no se es más fuerte ni más capaz por intentar levantar una relación que ha agonizado o ha muerto. Hay que luchar y aguantar un poco en las relaciones personales, negociar y ceder, es verdad; tampoco podemos salir corriendo ante el más mínimo conflicto. Pero a veces ya está todo el pescado vendido y no es necesario amargarse la vida persiguiendo imposibles ni mantenerse en una relación que prácticamente se ha convertido en una jaula.
Si una persona o una relación ya no te llena, pide tiempo muerto y abandona. Nadie te exige que seas un superhéroe, sólo que seas feliz. O, al menos, que lo intentes y no te conviertas tú solo en un desgraciao’.
Fuente: Universo gay