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28 de julio de 2012

“Por accidente, casi muero de asfixia dentro de un placard”

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Dos cuestiones movilizaron a Alberto a escribirnos: la discusión planteada en este blog cuando Martín Dutelli propuso la posibilidad de que “suave” reemplace la palabra “gay” para resignificarla socialmente; y, por otro lado, la charla organizada por Puerta Abierta y Sigla contra la discriminación y la homofobia en mayo pasado. Ambas cuestiones generaron en Alberto una necesidad: la de procurar poner en claro el poder que las palabras tienen en nuestras vidas.

“Muchos vocablos esconden vericuetos que, usados con cierta intencionalidad, encierran en su significado un significante que, a veces, va en dirección inversa a sus efectos, que pueden llegar a ser devastadores”, dice Alberto. Habla, aún sin brindar detalles, de cómo salió del placard, una experiencia que transitó durante años.

“La salida del clóset es una parte de nuestras vidas que deja marcas, pero en sí es una experiencia liberadora que hace reencontrarnos con nosotros mismos, a la vez que ese mundo nuevo expande su horizonte y empieza a encontrar pares en grupos de reflexión como los que hallé en el barrio de San Cristóbal de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, en Puerta Abierta, bajo la coordinación del Lic. Alejandro Viedma, uno puede comunicarse, expresar y compartir estas vivencias que suelen ser comunes a muchos.

Cuenta Alberto que hace un tiempo, en su casa familiar, “por accidente, casi muere de asfixia dentro de un placard”. Lo trae a colación, también, como una metáfora de su vida. “La acuciante y tortuosa salida para sobrevivir me hizo recapacitar en cuánto estaba dejando de lado ese ser que soy por el que los demás decían que debía ser”. Los condicionamientos externos en esos discursos le resultaban decisivos a él.

Comparto lo que escribió para Nosotros:



El poder de las palabras en la elección por la diversidad
Por Alberto



Es muy común el compartir una misma historia en que la orientación sexual no es acorde a los cánones (pre)establecidos por un orden mayor al que nada se le pudo discutir a lo largo de siglos.

Según las circunstancias de cada uno, atravesábamos una soledad amarga en la que sentíamos que éramos el ojo de la tormenta sin conocer que en el interior de much@s sucedía lo mismo, en especial, durante la adolescencia en los ‘70 y principios de los ‘80, cuando la comunicación aún tenía un tinte militar autoritaria. Ni qué hablar de familias conservadoras o inmersas además en sociedades del interior religiosamente enclaustradas en la misa de 7 de cada domingo llevando lo impiadoso del caso hasta los ‘90.

Recuerdo haber aprendido la palabra “elegir” en 1983 con el regreso de la Democracia, palabra que hablaba de libertad aunque no obstante escondía una complejidad severa de cierta dureza.

Al ir a las urnas esa libertad se manifestaba en una responsabilidad que condicionaría los años cívicos siguientes por lo cual ese elegir ritualizaba una especie de felicidad al comprobar que al correr del tiempo se habría acertado, o una culpa interna de haber errado el orden político.

Eran tiempos de cambios en que el tema de la sexualidad rompió con más fuerza los límites del “de eso no se habla”. Fue cuando reaparece la palabra “elección”, en un curso erróneo, que la convirtió en siniestra, y que trazaba un futuro tenebroso si no se amaba según lo establecido como bien visto desde el “deber ser”.



En sí la elección sexual es un tema que jamás entendí, porque la lógica supuesta en el acto eleccionario se mezclaba con el ámbito emocional y de ahí el disturbio interno de no saber quién me gobernaría.

La elección supone esfuerzo de decisión bajo la mirada social o la libertad individual y, en la gran cantidad de los casos, el esfuerzo se torna una odisea culposa de reglas de “domesticación” de diversa índole que deja a quien sea atónito frente a cualquier urna.

¿Qué intereses o desconocimientos traía aparejado el uso de la palabra elección de marcado yugo ordenador?

Muchos eligieron caminos que los dejó encadenados a clósets que, estimo, con el paso del tiempo se volvieron mundos de opresivas tinieblas; otros acertaron por la propia pasión y desarrollaron una vida sincera en su interior que respetó a su plenitud en diversa medida. Otros, intentábamos o creíamos ser libres en la tortuosa dualidad de la lógica y la pasión con la esclavizante carga de la palabra elección, con un respiro a medias de una puerta entreabierta de un ropero de incómodas condiciones del ser y no ser.

Los tiempos pasaron y las tendencias en las consideraciones científicas cada vez más aclaran que la orientación sexual no se elige desde la voluntad consciente sino que se sigue como a la aguja de una brújula interior que indica el camino para alcanzar la plenitud como ser maduro individual.

Sumado a esto, la creciente aceptación por la palabra diversidad hace que la elección no suponga estar de uno u otro lado sino en el de “uno mismo” para formar parte de un mundo social pluralista, diverso y por ende más justo para tod@s, donde cada cual exprese su subjetividad, lubricando así las bisagras del clóset para encontrar una puerta abierta para la construcción de uno mismo.


En mi caso particular, este fue el largo peregrinaje en una constelación de miradas socialmente correctas, y por qué no decir hipócritas y homofóbicas, un sinfín de terapias correctivas (tema que da para una extensa nota) que sólo hicieron que perdiera tiempo y dinero, o hasta la búsqueda de respuestas religiosas a la sombra de un Dios según la interpretación del cura de turno.

¿Es qué era yo el hijo, sobrino, primo minusválido creído automarginado pero sí realmente marginado por no ser como la “regla-moral-animal” de macho si lo que sólo era un ser humano como todos los demás? ¿Las incontables terapias direccionadas a lo “científico y socialmente aceptable” que sólo me confundían la relación lógica-emotiva convertidas en un laberinto sin salida en el que el tiempo se perdía (and “time is money”) a la vez de sentirme espiritualmente como “excomulgado” por un Dios que me creó así?

Fue hasta que encontré la contención terapéutica idónea que, a través de la maduración de mi ser interior, y apoyando mi autoestima en un proceso sin presiones, pude redescubrirme y así encontrar mis pasadizos interiores. Así pude llegar a la salida de ese clóset llamado “Alberto” para salir a la vida siendo expresiva y externamente “Alberto”.

Había llegado, por fin, el verdadero acto eleccionario en el cual opté por redescubrirme en mi propio mundo y, por fin, entender que cada uno puede asumir ser libre e individual, tan individual como su propia forma de amar, tan diversa como el mundo mismo.

¿Cómo viviste vos tu salida del clóset?

Fuente: Boquitas Pintadas

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