Hola, Bienvenido a OPEN YOUR MIND!



Si tienes alguna duda, mandame un mail!

¡Suscríbete a OPEN YOUR MIND!

Recibe en tu correo las últimas noticias del site. Sólo ingresa tu correo para suscribirte.

11 de agosto de 2012

Operación mejora de autoestima

0 Comentarios
Como si no tuviéramos bastante con la gente enseñando carne en playas y piscinas, encima los Juegos Olímpicos. ¿Tú también te debates entre tocarte compulsivamente y llorar sin consuelo al contemplar esos cuerpos y luego compararlos con el tuyo? Es hora de trabajar nuestra autoestima, tía.

El verano ha llegado. Esto no os lo anuncio en plan informativo (que digo yo que ya os habréis percatado en cuanto ha apretado el calor, no necesitáis que venga aquí un cualquiera a dárselas de listo a escribirlo en una columna). Lo digo en plan trágico. El verano ha llegado y es un drama total. Y no solo porque las canciones de King África vuelvan a sonar de manera espontánea en cualquier sitio inesperado, sino porque el verano va inevitablemente aparejado a enseñar carne.

Que nadie me malinterprete: esto no es un rollo puritano. Yo creo que el destape fue lo mejor que le pudo pasar al mundo (y especialmente a España). No seré yo el que esté en contra de que la gente enseñe chicha por doquier, que uno tenga que ver carne everywhere. Eso es guay, mola mucho, consuela en tiempos de crisis como los que vivimos actualmente y da gustito. El verano es cuando se luce palmito, es la época por excelencia en la que los que se machacan en el gimnasio todo el año rentabilizan su esfuerzo, su tesón y sus sudores. Y su fuerza de voluntad, porque yo por más que lo intento, entre hacer una hora de footing, media hora de máquinas o 45 minutos de spinning siempre me decanto por dos horas de hacer el gilipichis bebiendo cervezas. No lo puedo evitar.

Claro que así pasa lo que pasa, que en cuanto empieza a subir el termómetro allá por el mes de abril y uno empieza a deshacerse de capas de ropa comienzan a aparecer bultos sospechosos que poco o nada tienen que ver con el tamaño descomunal del miembro viril (aunque hayas hecho caso a esos emails que te prometen alargarte el pito hasta el infinito y más allá; ya te digo yo que no, que eso se queda como está), sino que demuestran una realidad dura y palpable: no estás bueno. No. No lo estás. Que te quede la ropa chica no significa que estés bueno, que te crees tú que porque esté a punto de reventarte la camiseta del año pasado que has cogido del armario es porque estás más musculado, porque te has desarrollado, has pegado el estirón (a los 30, maricón, que ya tiene cojones engañarse a sí mismo de esta manera) y te has hecho un hombre; y qué va, ¿eh? La camiseta no te queda apretada porque tengas más bíceps ni nada de eso (el botellín de Heineken pesa, pero no ejercita tanto la musculatura como te empeñas en creer, querida lector). Hay una sutil diferencia entre ser un chico explosivo y que te explote la ropa . Total, que es entonces cuando te das cuenta de que, cariño, tu cuerpo de 2012 ya no es el mismo de 2011: es peor. El tuyo; el de los demás es estupendo, mucho más estupendo que el año pasado si cabe. Y miras a tu alrededor y ves que la gente ha estado ahí, a cara perro, silenciosamente, poniéndose en forma sin decirte nada, a mala idea, ¿sabes? Poniéndose cachas a tus espaldas. Hijos de puta.

Para colmo de males, este año hay Juegos Olímpicos. Deportes, ¿sabes? Deportistas profesionales ataviados con mallas ajustadas a través de las cuales se aprecian los músculos, los tendones, los lunares y hasta el carné de identidad. Vamos, que el otro día estaba yo viendo la gimnasia artística y no sabía si tocarme o echarme a llorar de la pena, porque parece mentira que servidor sea de la misma especie que esos chicarrones. 

La solución a todos estos males tan comunes y tan de hoy en día no es operarte hasta el escroto para tener un aspecto más guay, ni hormonarte con ADN de personal trainer, ni comprarte un abdominator del Teletienda, ni creer ciegamente las palabras de tu madre (“no estás gordo, hijo, estás fuertecito”), ni recortar fotos para poner tu cabeza en el cuerpo de un tío bueno en plan perturbado. No. En realidad, todo está en tu mente, tía. Todo esto es cuestión de autoestima. Por ello y porque yo soy superguay te traigo varias ideas que conviene no olvidar en estos tiempos tan duros:

1. Analiza tus cualidades y defectos. Todo el mundo tiene algo bueno, tía. Vale, no estás tremendo, la gente no se toca pensando en ti. Pero seguro que hay algo que sabes hacer estupendamente bien: a lo mejor cantas de puta madre p’arriba, bailas que te cagas, sabes hacer operaciones matemáticas complicadísimas sin calculadora, tienes una sonrisa encantadora, la tienes tamaño pan bimbo familiar o has batido el récord en saltos a la comba con un bollicao en la boca. Lo importante es que reconozcas que tienes cosas buenas y malas, como todo quisqui y que te aceptes como eres (no, no vas a ser nadador olímpico en la vida, es hora de que te vayas dando cuenta, campeón).

2. No te compares con otros. No empieces con el rollo de “mira, pero si a aquel se le marcan los abdominales, y eso que lleva un chaquetón de plumas” o "¿por qué no tengo el mismo cuerpo que el ucraniano este que ha ganado la medalla de oro en... en... en estar macizorro?". No te pongas en plan envidioso a soltar cosas como “seguro que no tiene cerebro”, “seguro que yo soy más listo”, “seguro que la tiene pequeña”. Demostrar tu valía pisando y desprestigiando a los demás es malo, caca, fuera. Tú eres como eres. ¡Así que coge la cerveza y bebe!

3. Mejora lo que puedas. Que no está mal intentar trabajar de manera sana y poco a poco los defectos. Vamos, que si quieres haz un poco de ejercicio, que tampoco te va a pasar nada. Mantenerte en forma es sano y probablemente hará que te sientas mejor. Pero sin obsesionarte ni querer parecer un esculturista en dos meses, que no es necesario y mira a Sylvester Stallone, la grimita que da.

4. Evita el perfeccionismo y la excesiva autocrítica. Que sí, que vale, que tienes lorza, pero que eso no es el fin del mundo, ni te convierte en peor persona, ni en un ser humano despreciable que merece ser amordazado y encerrado en una habitación quince días seguidos sin comer, viendo imágenes de Belén Esteban y escuchando discos de Paulina Rubio en bucle. No seas tan duro contigo mismo. 

5. No busques la aprobación de los demás. No te pases la vida esperando que la gente te diga lo guapo, estupendo y buenorro que estás. Que eso no sirve pa’ ná. Hay que estar a gusto con lo que uno ve en el espejo independientemente de lo que piensen o diga el resto. Mírate al espejo y repite para ti mismo: “Me siento como una diosa. I’m your Venus, I’m your fire, your desire. Ayomáquerico. Pues tampoco estoy tan mal, coñe”. Y si eso, para culminar ponte un tanga de leopardo, de lentejuelas o de flores bien metido por el culo y mírate atentamente con las manos en la cintura. Nada mejor que hacer el ridículo un rato y reírte. A hacer puñetas. (Esto mejor que lo hagas en privado y que no te vea tu pareja, mascota o muñeco hinchable; o, peor, tu madre.)

En fin, queridos lectoras, que nuestro cuerpo es un regalo y que aunque no estemos tremendos ni nos vayan a contratar para hacer anuncios de colonia, hay que aceptarse, cuidarse, respetarse y quererse. Y eso, mayormente, no es un trabajo físico, sino mental.

Fuente: Universo Gay

Gracias por leer la nota, ahora puedes hacerme una pregunta, o simplemente dejar tu comentario a cerca de la nota.
Tu comentario es importante.
Muchas gracias y hasta pronto.